sábado, 12 de noviembre de 2011

JORGE MULLER (2 parte)


Al mismo tiempo Jorge Müller fundó la Junta para el conocimiento de las Escrituras en el país y en el
extranjero. El fin era:

(1) Auxiliar a las escuelas bíblicas y a las escuelas dominicales.
(2) Divulgar las Escrituras.
(3) Aumentar la obra misionera. No es necesario añadir que todo eso se hizo con las mismas
resoluciones de no endeudarse por ningún motivo, sino siempre pedir a Dios en secreto.
Cierta noche cuando él leía la Biblia, se quedó profundamente impresionado con las palabras: "Abre tu
boca, y yo la llenaré", (Salmo 81:10). Se sintió llevado a aplicar esas palabras al orfanato, siéndole dada la
fe para pedir al Señor que enviase mil libras esterlinas; también pidió a Dios que levantase hermanos con
las aptitudes necesarias para cuidar de los niños. Desde aquel momento ese texto del Salmo 81 le sirvió
como lema, y la promesa se convirtió en un poder que determinó todo el curso de su vida futura.

Dios no demoró mucho en dar su aprobación para que arrendase una casa para los huérfanos. Apenas
dos días después de haber comenzado a pedir, él escribió en su diario lo siguiente: "Hoy recibí el primer
chelín para la casa de los huérfanos."


 Cuatro días después recibió la primera contribución de muebles: un armario guardarropa, y una hermana
le ofreció prestar sus servicios para cuidar de los huérfanos. Jorge Müller escribió ese día que estaba muy
alegre y que confiaba en que el Señor le completaría todo lo demás.

Al día siguiente Müller recibió una carta con estas palabras: "Por la presente le ofrecemos nuestro
servicio para la obra del orfanato, si es que usted cree que tenemos las aptitudes necesarias para tal fin.
También le ofrecemos todos los muebles, etc., que el Señor nos ha dado. Haremos todo esto sin pretender
ninguna retribución económica, creyendo que si es la voluntad de Dios usarnos, El se encargará de suplir
todas nuestras necesidades". Desde aquel día nunca faltaron en el orfanato auxiliares alegres y dedicados,
a pesar de que la obra aumentó mucho más rápido de lo que Müller esperaba.

Fue tres meses después que Jorge Müller consiguió alquilar una casa grande, y anunció la fecha de la
inauguración del orfanato para el sexo femenino. El día de la inauguración, sin embargo, tuvo la gran
desilusión de comprobar que no se había recibido ninguna huérfana. Solamente después que llegó a su
casa se acordó de que no las había pedido. Aquella noche se postró rogando a Dios lo que anhelaba.
Obtuvo la victoria de nuevo, pues vino una huérfana al día siguiente. Y luego, cuarenta y dos pidieron su
admisión antes de que el mes terminase, y ya había veintiséis en el orfanato.

Durante el año hubo grandes y repetidas pruebas de fe. Por ejemplo, se lee en su diario lo siguiente:
"Sintiendo una gran necesidad ayer por la mañana, fui guiado a pedir con insistencia a Dios y, como
respuesta, por la tarde, un hermano me dio diez libras esterlinas." Muchos años antes de su muerte, él
afirmó que, hasta aquella fecha, había recibido ya de la misma manera, cinco mil veces la respuesta el
mismo día en que había hecho la petición. Era su costumbre y la recomendaba también a los otros
hermanos, llevar un libro. En una página registraba su petición, con la fecha, y en el lado opuesto, la fecha
en que recibía la respuesta. De esa manera fue inducido a esperar respuestas concretas a sus peticiones, y
no había dudas acerca de esas respuestas.

Con el crecimiento del orfanato y el aumento del servicio de pastorear a los 400 miembros de su iglesia,
Jorge Müller se halló demasiado ocupado para orar. Fue en ese tiempo que llegó a reconocer que el
creyente podía hacer más en cuatro horas, después de emplear una en orar, que en cinco horas sin oración.
En adelante él observó siempre fielmente esa regla durante 60 años.

Cuando arrendó la segunda casa para huérfanos del sexo masculino, dijo lo siguiente: "Al orar, yo sabía
que le pedía a Dios algo que no había esperanza de recibir de los hermanos; pero que, sin embargo, no era
demasiado para el Señor." El oraba, con 90 personas sentadas a las mesas, de esta manera: "Señor, mira
las necesidades de tu siervo. . ." Y ésa fue una oración a la que Dios siempre respondió abundantemente.
Antes de morir, declaró que mediante la fe alimentaba a dos mil huérfanos, y ninguna comida se sirvió
con un atraso de más de treinta minutos.

Muchas personas le preguntaban con frecuencia a Jorge Müller — y muchas aún lo preguntan — cómo
lograba él saber la voluntad de Dios, pues nunca realizaba ninguna transacción, por pequeña que fuese, sin
tener primero la seguridad de la voluntad de Dios. A esa pregunta él respondía:
"1) Procuro mantener mi corazón en tal estado, que no tenga ninguna voluntad propia en el caso. De diez
problemas, ya tenemos la solución de nueve, cuando logramos tener un corazón dispuesto a hacer la
voluntad del Señor, sea cual sea. Cuando llegamos verdaderamente a ese punto, estamos casi siempre
próximos a saber cuál es la voluntad de El.
"2) Teniendo dispuesto el corazón para hacer la voluntad del Señor, no dejo el resultado al mero
sentimiento o a la simple impresión. Si lo hago, estaré sujeto a grandes engaños.
"3) Procuro la voluntad del Espíritu de Dios por medio de su Palabra o de acuerdo con la Palabra. Es
esencial que el Espíritu y la Palabra vayan juntos el uno al lado de la otra. Si yo mirase al Espíritu sin
tomar en cuenta la Palabra, quedaría sujeto del mismo modo a sufrir grandes engaños.
"4) Después considero las circunstancias providenciales. Esas, junto con la Palabra de Dios y con su
Espíritu, indican claramente la voluntad del Señor.
"5) Pido a Dios en oración que me revele su propia voluntad.
"6) De esta manera, después de orar a Dios, estudiar la Palabra y reflexionar sobre su contenido, es que


logro la mejor resolución deliberada que puedo con mi capacidad y conocimiento; si continúo sintiendo
paz, en ese caso, después de dos o tres peticiones más, sigo conforme a esa dirección. Tanto en los casos
mínimos como en las transacciones de mayor responsabilidad, siempre encuentro que este método es
eficiente."

Tres años antes de su muerte, Jorge Müller escribió: "No recuerdo en toda mi vida de creyente, durante
un período de 69 años, que yo jamás haya buscado SINCERAMENTE Y CON PACIENCIA, saber la
voluntad de Dios mediante las enseñanzas del Espíritu Santo por intermedio de la Palabra de Dios, y que
no haya sido guiado con certeza. Sin embargo, si mi corazón no era lo suficientemente sincero y puro ante
Dios, o si yo no buscaba con paciencia la dirección de Dios, o si prefería más bien el consejo del prójimo
al de la Palabra del Dios vivo, entonces erraba gravemente."

Su confianza en el "Padre de los huérfanos" era tal, que ni una sola vez rehusó aceptar niños en el
orfanato. Cuando le preguntaron por qué asumió el cargo del orfanato, respondió que no fue solamente
para alimentar a los huérfanos material y espiritualmente, sino que "el primer objetivo básico del orfanato
ha sido, y aún es, que Dios sea glorificado por el hecho de que, estando bajo mi cuidado, los huérfanos
han sido y aún son suplidos de todo lo necesario, solamente por la oración y la fe, sin que ni yo ni mis
compañeros de trabajo hayamos pedido nada al prójimo; por eso mismo se puede ver que Dios continúa
siendo fiel y aún responde a la oración."

 Respondiendo a muchos que querían saber cómo el creyente podía adquirir una fe tan grande, les dio las
siguientes reglas:
"1) Leer la Biblia y meditarla. Se llega a conocer a Dios por medio de la oración y de la meditación de su
Palabra.
"2) Procurar mantener un corazón íntegro y una buena conciencia.
"3) Si deseamos que nuestra fe crezca, no debemos evitar aquello que la pruebe y por medio de lo cual
ella sea fortalecida.

"Además, para que nuestra fe se fortalezca, es necesario que dejemos que Dios actúe por nosotros al
llegar la hora de la prueba, y no procuremos nuestra propia liberación.

 "Si el creyente desea poseer una fe grande, debe dar tiempo para que Dios trabaje."

Los cinco edificios construidos de piedra labrada y situados en Ashley Hill, Bristol, Inglaterra, con sus

1.700 ventanas y espacio suficiente para acomodar a más de 2.000 personas, son testigos fieles de esa gran
fe sobre la cual él se expresó.
Debemos recordar que, por cada una de esas dádivas, Jorge Müller luchó en oración para conseguirlas
una a una de las manos de Dios; oró con un fin seguro y con perseverancia, y Dios respondió con el
mismo grado definitivo.

Son de Jorge Müller estas palabras: "Muchas y repetidas veces me he encontrado en situaciones en que
no tenía más recursos. No solamente había que alimentar a 2100 personas diariamente, sino también había
que conseguir todo lo necesario para suplir lo demás, y todos los fondos estaban agotados. Había 189
misioneros que sustentar, sin tener cosa alguna; cerca de cien escuelas, con más o menos nueve mil
alumnos, y sin tener a la mano nada con que proveerlos; casi cuatro millones de tratados para distribuir, y
todo el dinero se había acabado."

Cierta vez el doctor A. T. Pierson fue huésped de Jorge Müller en su orfanato. Una noche, después que
todos se habían acostado, Müller lo llamó para que viniese a orar, diciéndole que en la casa no había nada
para comer. El doctor Pierson quiso recordarle que los comercios estaban cerrados, pero Müller lo sabía
perfectamente. Después de orar, se acostaron y durmieron, y al amanecer ya los alimentos habían sido
suplidos, y en abundancia, para los 2.000 niños. Ni el doctor Pierson, ni Jorge Müller llegaron a saber
nunca cómo esos alimentos habían sido enviados. La historia le fue contada aquella misma mañana al
señor Simón Short, bajo la promesa de que la guardaría en secreto hasta el día de la muerte del benefactor.
El Señor había despertado a esa persona de su sueño y lo había llamado para que llevase alimentos
suficientes para suplir la despensa del orfanato para todo un mes. Y eso ocurrió sin que él supiera nada de
que Jorge Müller y el doctor Pierson habían estado orando al respecto.


A la edad de 69 años Jorge Müller comenzó sus viajes, en los cuales predicó muchos millares de veces,
en 42 países, a más de tres millones de personas.
Recibió de Dios todo como respuesta a sus oraciones, para pagar los grandes gastos de esos viajes. Más
tarde él escribió: "Digo con razón: Creo que no fui dirigido a ningún lugar donde no hubiese prueba
evidente de que el Señor me mandaba para allá." El no hizo esos viajes con el propósito de solicitar dinero
para la junta; no recibió lo suficiente para los gastos de medio día de la junta. Según sus propias palabras,
el objeto era éste: "Que yo pudiese, por mi propia experiencia y conocimiento de las cosas divinas,
comunicar una bendición a los creyentes. . . y que yo pudiese predicar el evangelio a los que no conocían
al Señor."

Jorge Müller escribió lo siguiente sobre un problema espiritual: "Siento constantemente mi necesidad. . .
No puedo estar solo, sin caer en las garras de

Satanás. El orgullo, la incredulidad u otros pecados me llevarían a la ruina. Solo, no permanezco firme
un momento. ¡Que ningún lector piense de mí que no estoy sujeto a la jactancia y al orgullo, que yo no
puedo dejar de creer en Dios!"

El estimado evangelista Charles Inglis, contó lo siguiente respecto a Jorge Müller: "Cuando por primera
vez vine a América, hace 31 años, el capitán del navío era uno de los más devotos creyentes que yo había
conocido jamás. Cuando nos aproximábamos a Terranova, él me dijo: 'Señor Inglis, la última vez que pasé
por aquí, hace cinco semanas, sucedió una cosa tan extraordinaria, que causó la transformación de toda mi
vida de creyente. Hasta aquel momento yo había sido un creyente común y corriente. Había a bordo con
nosotros un hombre de Dios, el señor Jorge Müller, de Bristol. Yo había pasado 22 horas sin alejarme del
puente de mando ni por un momento, cuando de pronto me asusté porque alguien me tocó en el hombro.
Era el señor Jorge Müller.' "

 "— Capitán — me dijo él —, vine a decirle que yo tengo que estar en Quebec el sábado por la tarde.

 — Era miércoles ¡Es imposible! — le contesté —.
Pues bien, si su navío no puede llevarme, Dios encontrará otro medio de transporte. Durante cincuenta y
siete años, nunca dejé de estar en el lugar y a la hora que me había comprometido, — respondió el señor
Müller —. Tendría muchísimo placer en ayudarlo, pero, ¿qué puedo hacer? No hay medios, — le dije yo
—. Entremos aquí para orar — respondió el señor Müller —. Miré a aquel hombre y me dije a mí mismo:
¡¿De qué casa de locos se habrá escapado éste?!' Nunca había oído hablar de una cosa semejante.
Entonces le dije yo —: Señor Müller, ¿sabe usted cómo está de espesa esta neblina? — El me respondió
—: No, mis ojos no están viendo la neblina, sino que están viendo al Dios vivo, el cual gobierna todas las
circunstancias de mi vida. — Cayó de rodillas y oró en la forma más simple. Yo pensé: 'Esa es una
oración como la de un niño que no tiene más de ocho o nueve años.' Fue más o menos así que él oró: —
Oh Señor, si es tu voluntad, retira esta neblina en cinco minutos.

Tú sabes que me he comprometido a estar en Quebec el sábado. Creo que ésa es tu voluntad. —
Cuando acabó, yo también quise orar, pero él me puso la mano sobre mi hombro y me pidió que no lo
hiciese, diciendo —: Primero, usted no cree que Dios lo haría, y, segundo, yo creo que El ya lo hizo. No
hay ninguna necesidad de que usted ore con el mismo fin. — Miré al Señor Müller, quien continuó
diciendo —: Capitán, conozco a mi Señor desde hace 57 años, y no ha habido un solo día en que yo no
haya tenido audiencia con el Rey. Levántese, Capitán, abra la puerta y verá que la neblina ya desapareció.

— Me levanté y en efecto la neblina ya había desaparecido. El sábado por la tarde, Jorge Müller estaba en
Quebec, como él lo deseaba."
Para ayudarlo a llevar la pesada carga de los orfelinatos y a apropiarse de las promesas de Dios mediante
la oración, estuvo siempre al lado de Jorge Müller su fiel esposa que lo acompañó durante casi 40 años.
Cuando ella falleció, muchos millares de personas asistieron a su entierro, entre las cuales se contaban
cerca de 1.200 huérfanos que podían caminar. El mismo, fortalecido por el Señor, conforme confesó,
dirigió los cultos fúnebres en el templo y en el cementerio.

 A la edad de 66 años se casó por segunda vez.
Luego, a la edad de 90 años predicó el sermón fúnebre de su segunda esposa, como lo hiciera a la


muerte de su primera esposa. Una persona que asistió a ese entierro se expresó de la siguiente manera:
"Tuve el privilegio, el viernes, de asistir al entierro de la señora de Müller. . . y presenciar un culto
sencillo, ¡que, tal vez, ha sido el único en la historia del mundo! Aquí un venerable patriarca presidía el
culto entero; a la edad de noventa años permanecía todavía lleno de aquella enorme fe que lo ha
habilitado para alcanzar tanto, y que lo ha sustentado en emergencias, problemas y trabajos durante una
larga vida. . ."

En el año 1898, a la edad de 93 años, la última noche antes de partir para estar con Cristo, sin haber
demostrado ninguna señal de disminución en sus fuerzas físicas, se acostó como de costumbre. A la
mañana del día siguiente fue "llamado", según la expresión de un amigo al recibir las noticias que así
explican la partida: "¡Querido anciano Müller! Desapareció de nuestro medio para irse al Hogar celestial,
cuando el Maestro le abrió la puerta y lo llamó tiernamente, diciéndole: 'Ven'."

Los periódicos publicaron, medio siglo después de su muerte, la siguiente noticia: "El orfelinato de
Jorge Müller, en Bristol, permanece como una de las maravillas del mundo. Desde su fundación en 1836,
la cifra de aportaciones que Dios ha concedido únicamente como respuesta a las oraciones, llega a más de
veinte millones de dólares, y el número de huérfanos atendidos asciende a 19.935. A pesar de que los
vidrios de cerca de 400 ventanas se quebraron recientemente por las bombas (en la segunda guerra
mundial), ningún niño, ni ningún auxiliar resultaron heridos."

1 comentario:

  1. padre gracias porque tu estas vivo permitenos ser hombres que tengan esa fe y paciencia para no desesperarnos en la prueba

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