miércoles, 16 de noviembre de 2011

JERÓNIMO SAVONAROLA Precursor de la Gran Reforma 1452-1498



Todo el pueblo de Italia afluía a Florencia en número siempre creciente. Las enormes multitudes ya no
cabían en el famoso Duomo. El predicador Jerónimo Savonarola abrasaba con el fuego del Espíritu Santo,
y sintiendo la inminencia del Juicio de Dios, tronaba contra el vicio, el crimen y la corrupción
desenfrenada en la propia iglesia. El pueblo abandonó entonces la lectura de las publicaciones mundanas y
banales, y comenzó a leer los sermones del fogoso predicador; dejó de cantar las canciones callejeras y se
puso a cantar los himnos de Dios. En Florencia, los niños hicieron procesiones para recoger las máscaras
carnavalescas, los libros obscenos y todos los objetos superfluos que servían a la vanidad. Con todos esos
objetos formaron en la plaza pública una pirámide de veinte metros de altura, y le prendieron fuego.
Mientras esa pirámide ardía, el pueblo cantaba himnos y las campanas de la ciudad repicaban anunciando
la victoria.

Si entonces la situación política allí hubiese sido igual a la que hubo después en Alemania, el intrépido y
piadoso Jerónimo Savonarola habría sido por cierto el instrumento usado para iniciar el movimiento de la
Gran Reforma, en vez de Martín Lutero. A pesar de todo, Savonarola se convirtió en uno de los osados y
fletes heraldos que condujo al pueblo hacia la fuente pura y las verdades apostólicas de las Sagradas
Escrituras.

Jerónimo era el tercero de los siete hijos de la familia Savonarola. Sus padres eran personas cultas y
mundanas, y gozaban de mucha influencia. Su abuelo paterno era un famoso médico de la corte del Duque
de Ferrara, y los padres de Jerónimo deseaban que su hijo llegase a ocupar el lugar del abuelo. En el
colegio fue un alumno que se distinguió por su aplicación. Sin embargo, los estudios de la filosofía de
Platón, así como de Aristóteles, sólo consiguieron envanecerlo. Sin duda alguna, fueron los escritos del
célebre hombre de Dios, Tomás de Aquino, lo que más influencia ejerció en él, además de las propias
Escrituras, para que él entregase enteramente su corazón y su vida a Dios. Cuando aún era niño, tenía la
costumbre de orar, y a medida que fue creciendo, su fervor en la oración y el ayuno fue en aumento.
Pasaba muchas horas seguidas orando. La decadencia de la iglesia, llena de toda clase de vicios y
pecados, el lujo y la ostentación de los ricos en contraste con la profunda pobreza de los pobres, le afligían
el corazón. Pasaba mucho tiempo solo en los campos y a orillas del río Po, meditando y en contemplación
en la presencia de Dios, ya cantando, ya llorando, conforme a los sentimientos que le ardían en el pecho.
Siendo él aún muy joven, Dios comenzó a hablarle en visiones. La oración era su mayor consuelo; las
gradas del altar, donde permanecía postrado horas enteras, quedaban a menudo mojadas con sus lágrimas.
Hubo un tiempo en que Jerónimo comenzó a enamorar a cierta joven florentina. Sin embargo, cuando la
muchacha le hizo comprender que su orgullosa familia Strozzi nunca consentiría su unión con alguien de


la familia Savonarola, que ellos despreciaban, Jerónimo abandonó por completo la idea de casarse. Volvió
entonces a orar con un fervor creciente. Resentido con el mundo, desilusionado de sus propios anhelos, sin
encontrar a nadie que le pudiese aconsejar, y cansado de presenciar las injusticias y perversidades que lo
rodeaban, las cuales no podía remediar, resolvió abrazar la vida monástica.

Al presentarse al convento, no pidió el privilegio de hacerse monje, sino solamente que lo aceptasen
para realizar los servicios más humildes de la cocina, de la huerta y del monasterio.

En el claustro, Savonarola se dedicó con más ahínco aún a la oración, al ayuno y a la contemplación en
la presencia de Dios. Sobresalía entre todos los demás monjes por su humildad, sinceridad y obediencia,
por lo que lo designaron para enseñar filosofía, posición que ocupó hasta salir del convento.

Después de haber pasado siete años en el monasterio de Boloña, Fray Jerónimo fue para el convento de
San Marcos, en Florencia. Cuando llegó, su desilusión fue muy grande al comprobar que el pueblo
florentino era tan depravado como el de cualquier otro lugar. Hasta entonces él todavía no había
reconocido que solamente la fe en Cristo es la que salva.

Al completar un año en el convento de San Marcos, fue nombrado instructor de los novicios y, por fin,
lo nombraron predicador del monasterio. A pesar de tener a su disposición una excelente biblioteca,
Savonarola hacía más y más uso de la Biblia como su libro de instrucción.

Sentía cada vez más el terror y la venganza del Día del Señor, que se aproxima, y a veces se ponía a
tronar desde el pulpito, contra la impiedad del pueblo. Eran tan pocos los que asistían a sus predicaciones,
que Savonarola resolvió dedicarse enteramente a la instrucción de los novicios. Sin embargo, igual que
Moisés, no podía de esa manera escapar al llamamiento de Dios.

Cierto día, al dirigirse a una monja, vio repentinamente, que los cielos se abrieron, y delante de sus ojos
pasaron todas las calamidades que sobrevendrán a la Iglesia. Entonces le pareció oír una voz que desde el
cielo le ordenaba que anunciara todas esas cosas a la gente.

Convencido de que la visión era del Señor, comenzó nuevamente a predicar con voz de trueno. Bajo una
nueva unción del Espíritu Santo, sus sermones en que condenaba al pecado eran tan impetuosos, que
muchos de los oyentes se quedaban por algún tiempo aturdidos y sin deseos de hablar en las calles. Era
común, durante sus sermones, que se oyesen resonar los sollozos y el llanto de la gente en la iglesia. En
otras ocasiones, tanto hombres como mujeres, de todas las edades y de todas las clases sociales, rompían
en vehemente llanto.

El fervor de Savonarola en la oración aumentaba día por día y su fe crecía en la misma proporción.
Frecuentemente, mientras oraba, caía en éxtasis. Cierta vez, estando sentado en el pulpito, le sobrevino
una visión, que lo dejó inmóvil durante cinco horas; mientras tanto su rostro brillaba, y los oyentes que
estaban en la iglesia lo contemplaban.

En todas partes donde Savonarola predicaba, sus sermones contra el pecado producían profundo terror.
Los hombres más cultos comenzaron entonces a asistir a sus predicaciones en Florencia; fue necesario
realizar las reuniones en el Duomo, famosa catedral, donde continuó predicando durante ocho años. La
gente se levantaba a media noche y esperaba en la calle hasta la hora en que abrían la catedral.

El corrompido regente de Florencia, Lorenzo de Médicis, trató por todos los medios posibles, como la
lisonja, las dádivas de cohecho, las amenazas y los ruegos, inducir a Savonarola a que desistiese de
predicar contra el pecado, y especialmente contra las perversidades del regente. Por fin, viendo que todo
era inútil, contrató al famoso predicador Fray Mariano para que predicase contra Savonarola. Fray
Mariano predicó un sermón, pero el pueblo no le prestó atención a su elocuencia y astucia, por lo que Fray
Mariano no se atrevió a predicar más.

Fue en ese tiempo que Savonarola profetizó que Lorenzo, el Papa y el rey de Nápoles iban a morir
dentro de un año, lo que efectivamente sucedió.
Después de la muerte de Lorenzo, Carlos VIII de Francia invadió a Italia y la influencia de Savonarola
aumentó todavía más. La gente abandonó la literatura banal y mundana para leer los sermones del famoso
predicador. Los ricos socorrían a los pobres en vez de oprimirlos. Fue en ese tiempo que el pueblo preparó
una gran hoguera en la "piazza" (plaza) de Florencia y quemó una gran cantidad de artículos usados para


fomentar vicios y vanidades. En la gran catedral Duomo ya no cabían más los inmensos auditorios.

Sin embargo, el éxito de Savonarola fue muy breve. El predicador fue amenazado, excomulgado y, por
fin, en el año 1498, por orden del Papa, fue ahorcado y su cadáver quemado en la plaza pública.
Pronunciando las palabras: "¡El Señor sufrió tanto por mil" terminó la vida terrestre de uno de los más
grandes y más abnegados mártires de todos los tiempos.

A pesar de que hasta la hora de su muerte él sustentó muchos de los errores de la Iglesia Romana,
enseñaba que todos los que son realmente creyentes están en la verdadera iglesia. Continuamente
alimentaba su alma con la Palabra de Dios. Los márgenes de las páginas de su Biblia están llenos de notas
escritas mientras meditaba en las Escrituras. Conocía de memoria una gran parte de la Biblia y podía abrir
el libro y hallar al instante cualquier texto. Pasaba noches enteras orando, y tuvo la gracia de recibir
algunas revelaciones mediante éxtasis o visiones. Sus libros sobre "La humildad", "La oración", "El
amor", etc., continúan ejerciendo gran influencia sobre los hombres. Destruyeron el cuerpo de ese
precursor de la Gran Reforma, pero no pudieron apagar las verdades que Dios, por su intermedio, grabó
en el corazón del pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario