JORGE MÜLLER
Apóstol de la fe 1805-1898
"Por la fe Abel. . . Por la fe Noé. . . Por la fe Abraham. . ." Así es como el Espíritu Santo cuenta las
increíbles proezas que Dios hizo por intermedio de los hombres que osaron confiar únicamente en El. Fue
en el siglo XIX que Dios añadió lo siguiente a esa lista: "Por la fe Jorge Müller erigió orfanatos, alimentó
a millares de huérfanos, predicó a millones de oyentes alrededor del mundo y ganó multitud de almas
para' Cristo."
Jorge Müller nació en 1805 de padres que no conocían a Dios. A la edad de diez años fue enviado al
colegio con el propósito de que comenzara su preparación para el ministerio, pero no con el fin de servir a
Dios, sino única y exclusivamente para llegar a tener una carrera, y una vida cómoda. Esos primeros años
de estudio transcurrieron en prácticas de vicios a los que se entregaba cada vez más, llegando en una
ocasión a estar preso durante 24 días por ese motivo. Pero Jorge, una vez que quedó en libertad, comenzó
a esforzarse en sus estudios, levantándose a las cuatro de la mañana y estudiando durante todo el día hasta
las diez de la noche. Sin embargo, él hacía todo eso para alcanzar una vida descansada de predicador.
No obstante, a los veinte años de edad se produjo una completa transformación en la vida de ese joven.
Asistió a un culto donde los creyentes, de rodillas, imploraban a Dios que hiciese caer su bendición sobre
la reunión. Nunca se olvidó de aquel culto, en que vio por la primera vez a los creyentes orando de
rodillas; quedó profundamente conmovido con el ambiente espiritual, al extremo de querer buscar él
también la presencia de Dios, costumbre esa que, luego, no abandonó por el resto de su vida.
Fue en esos días, después de sentirse llamado para ser misionero, que pasó dos meses hospedado en el
famoso orfanato de A. H. Franke. A pesar de que ese fervoroso siervo de Dios, el señor Franke había
muerto hacía casi cien años (en 1727), su orfanato continuaba funcionando con las mismas reglas de
confiar enteramente en Dios para todo sustento. Más o menos al mismo tiempo en que Jorge Müller se
hospedó en el orfanato, un cierto dentista, el señor Graves, abandonó sus actividades que le daban un
salario de $7.500 dólares al año, a fin de hacerse misionero en Persia, confiando solamente en las
promesas de Dios para la provisión de todo su sustento. Fue así que Jorge Müller, el nuevo predicador,
recibió en esa visita la inspiración que lo indujo más tarde a fundar su orfanato, sobre los mismos
principios.
Inmediatamente después de abandonar su vida de vicios, para dedicarse a Dios, Müller llegó a reconocer
el error, más o menos universal, de leer mucho acerca de la Biblia y casi nada de la Biblia. Ese libro pasó
a ser la fuente de toda su inspiración y el secreto de su maravilloso crecimiento espiritual. El mismo
escribió: "El Señor me ayudó a abandonar los comentarios y a usar la simple lectura de la Palabra de Dios
hecha con meditación. El resultado fue que, cuando la primera noche cerré la puerta de mi cuarto para orar
y meditar sobre las Escrituras, aprendí más en pocas horas, que todo lo que había aprendido antes durante
varios meses." Y añadió: "La mayor diferencia, sin embargo, fue que recibí de esta manera la verdadera
fuerza para mi propia alma." Antes de fallecer dijo que había leído la Biblia entera cerca de doscientas
veces; cien veces lo hizo estando de rodillas.
Cuando estaba aún en el seminario, durante los cultos domésticos que celebraba de noche con los otros
alumnos, frecuentemente se quedaba orando hasta la medía noche. De mañana, al levantarse, nos llamaba
de nuevo para la oración de las seis de la mañana.
Cierto predicador, poco tiempo antes de la muerte de Jorge Müller, le preguntó si oraba mucho. La
respuesta fue ésta: "Algunas horas todos los días, y además vivo en el espíritu de oración; oro mientras
estoy caminando, mientras estoy acostado y cuando me levanto. Estoy constantemente recibiendo
respuestas, Una vez que estoy persuadido de que cierta cosa es justa, continúo orando hasta recibirla.
¡Nunca dejo de orar!. . . Millares de almas han sido salvadas como respuesta a mis oraciones. . . Espero
encontrar decenas de millares de ellas en el cielo. . . Lo más importante es no dejar de orar nunca hasta
recibir la respuesta. He venido orando durante cincuenta y dos años, diariamente, por dos hombres, hijos
de un amigo de mi mocedad. No se han convertido aún; sin embargo, espero que lo sean. ¿Cómo puede
ser de otra manera? Hay una promesa inquebrantable de Dios y sobre ella descanso."
Poco antes de su casamiento, él no se sentía a gusto con la costumbre de un salario fijo, prefiriendo
confiar en Dios, en vez de confiar en las promesas de los hermanos. Sobre esto dio las siguientes tres
razones:
"(1) Un salario significa una cantidad de dinero designada, generalmente adquirida del arriendo de
los bancos. Pero la voluntad de Dios no es arrendar los bancos. (Stg_2:1-6.) (2) El precio fijo de un
asiento en la iglesia, a veces, es demasiado pesado para algunos hijos de Dios y no quiero colocar
el menor obstáculo en el camino del progreso espiritual de la iglesia..
(3) Toda la idea de arrendar los asientos para tener un salario llega a ser un tropiezo para el
predicador, induciéndolo a trabajar más por el dinero que por razones espirituales."
A Jorge Müller le parecía casi imposible reunir y guardar dinero, para cualquier emergencia imprevista,
sin recurrir también a ese fondo para suplir las necesidades, en vez de recurrir directamente a Dios para
ello. Así el creyente confía en el dinero en vez de confiar en Dios.
Un mes después de su casamiento, colocó una caja en el salón de cultos y anunció que podían dejar allí
las ofrendas para su sustento, y que de ahí en adelante, no le pediría a nadie nada más, ni a sus amados
hermanos; porque como él dijo; "Casi sin darme cuenta, he sido inducido a confiar en el brazo de carne en
vez de ir directamente al Señor."
El primer año acabó con un gran triunfo y Jorge Müller les dijo a los hermanos que, a pesar de la poca fe
al comenzar, el Señor le había suplido ricamente todas sus necesidades materiales y, lo que era más
importante todavía, le había concedido el privilegio de ser un instrumento de su obra.
Sin embargo, el año siguiente fue un año de grandes pruebas, porque muchas veces no le había quedado
ni siquiera un chelín. Y Jorge Müller añade que en el momento preciso su fe siempre fue recompensada
con la llegada del dinero o de los alimentos.
Cierto día, cuando sólo le quedaban ocho chelines, Müller pidió tal Señor que le enviase dinero. Esperó
durante muchas horas sin recibir ninguna respuesta. Entonces llegó una señora que le preguntó:
"¿Hermano, precisa usted de dinero?" Fue una gran prueba de su fe, sin embargo, el pastor le respondió:
"Hermana mía, yo les dije a los hermanos, cuando abandoné mi salario, que sólo informaría al Señor
respecto de mis necesidades." — "Pero", respondió la señora, "El me ha dicho que le diese a usted esto", y
colocó 42 chelines en la mano del predicador.
En otra ocasión, transcurrieron tres días sin que Müller tuviese dinero en casa y fueron fuertemente
tentados por el diablo, al punto de que casi resolvieron que se habían equivocado en aceptar la doctrina de
fe en ese sentido. Sin embargo, cuando volvió a su cuarto, encontró 40 chelines que una hermana le había
dejado. Y entonces, añadió: "Así triunfó el Señor, y nuestra fe fue fortalecida."
Antes de finalizar ese año, se quedaron otra vez totalmente sin dinero, un día en que tenían que pagar el
alquiler. Pidieron a Dios que les enviase el dinero, y el dinero les fue enviado. En esa ocasión Jorge
Müller formuló para sí la siguiente regla, de la cual nunca jamás se desvió: "No nos endeudaremos,
porque hemos visto que tal cosa no es bíblica (Rom_13:8), y así no tendremos cuentas que pagar.
Solamente compraremos con el dinero en la mano; así siempre sabremos cuánto poseemos realmente y
cuánto es lo que tenemos derecho de dar."
De esta manera Dios entrenaba gradualmente al nuevo predicador para que confiase en sus promesas.
Estaba tan seguro de la fidelidad de las promesas de la Biblia, que no se desvió, durante todos los largos
años de su obra en el orfanato, de la resolución de no pedir al prójimo, ni de endeudarse.
Otro secreto que lo llevó a alcanzar una bendición tan grande como es la de confiar en Dios, fue su
resolución de usar el dinero que recibía, solamente para el fin a que el mismo fuera destinado. De esta
regla tampoco se desvió nunca, ni siquiera para tomar prestado de tales fondos, a pesar de hallarse
millares de veces frente a las mayores necesidades.
En esos días, cuando comenzó a verificar que las promesas de Dios se cumplían, se sintió conmovido
por el estado de los huérfanos y de los pobres niños que encontraba en las calles. Reunió algunos de esos
niños para que desayunasen con él a las ocho de la mañana, y después les enseñaba las Escrituras durante
una hora y media. La obra aumentó rápidamente. Mientras más crecía el número le niños que venían a su
mesa para comer más era el dinero que recibía para alimentarlos, hasta el punto que se encontró cuidando
de treinta a cuarenta personas.
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