miércoles, 2 de febrero de 2011

VERDAD Y EMBUSTE....


u
n hombre regresó a su casa después de haber viajado mucho y estaba ansioso de alardear de sus aventuras con sus amigos.
! He visto cosas que jamás imaginarías, ni siquiera en sueños! -les dijo a sus amigos-. Una vez vi el barco más largo de cuántos navegan. El capitán estaba de pie en la popa y le dio al grumete un mensaje para que se lo llevara al primer oficial, que estaba en la proa. El chico sólo tenía diez años cuando partió, pero su barba blanca barría la cubierta cuando llegó al mástil. No esperé a ver si vivía lo bastante para conseguir recorrer lo que le quedaba de camino.
Sus amigos se miraron entre si. Y uno dijo: Eso no es nada. No tenías que haber salido de casa para encontrar cosas como esa. Caramba, en el bosque que hay justo detrás de esa colina he visto un árbol tan alto que había perforado un agujero en el cielo. Una vez un pájaro intentó volar sobre su-copa, pero cuando llegó a la tercera rama desde abajo, ya era demasiado viejo para seguir volando; así que se detuvo, puso un huevo y le dijo a su cría que continuara el camino. Siete generaciones de pájaros han volado hacia la copa y todavía no han llegado a medio camino.
Eso es ridículo -dijo el viajero-. En toda mi vida he escuchado una mentira como esa. Si ese es el caso -preguntó su amigo-, ¿de dónde sacaron el árbol para construir el mástil de tu barco?
En esta oportunidad la Mentira fue vencida. En otras ocasiones ella ha ganado. Es una eterna lucha, que siglo a siglo se ha mantenido. Veamos un cuento, de origen africano, que lo explica.
Hace mucho, muchísimo tiempo, Verdad y Embuste se encontraron en un
camino.
-Buenas tardes- dijo Verdad.
-Buenas tardes- respondió Embuste. ¿Qué tal te va últimamente?
-Me temo que no muy bien -suspiró Verdad-. Estos tiempos son difíciles para alguien como yo.
-Sí, ya lo veo -dijo Embuste, mirando de arriba, abajo los ajados harapos de Verdad-. Parece que no hayas tenido qué llevarte a la boca durante una buena temporada.
-Para serte sincera, así ha sido -admitió Verdad-. Al parecer ya nadie quiere emplearme. Allá a donde voy, la mayoría de la gente no me hace caso o se burla de mí. Se me está haciendo muy duro. Estoy empezando a preguntarme por qué sigo aguantándolo.
-Y por qué demonio lo haces? Ven conmigo y te enseñaré cómo salir adelante. No hay razón para que no te hartes comiendo todo lo que quieras, como yo, ni para que no vistas con las ropas más delicadas, igual que yo. Pero debes prometer que no dirás una palabra en mí contra mientras estemos juntos.
Así que Verdad lo prometió y acordó ir junto a Embuste una temporada, no porque le gustara especialmente su compañía, sino porque tenía tanta hambre que pensó que se desmayaría si no conseguía llevarse algo al estómago. Caminaron juntos hasta que llegaron a una ciudad y Embuste se dirigió de inmediato a la mejor de todas las mesas de las tabernas.
-Camarero, tráenos las carnes más exquisitas, los más finos dulces y el mejor vino! -exclamó.
Comieron y bebieron toda la tarde, Al fin, cuando ya no pudieron más, Embuste se puso a golpear con el puño contra la mesa y a llamar a gritos al dueño, que llegó corriendo enseguida.
¿Pero qué clase de sitio es éste? -Soltó Embuste-. Le he dado al camarero una pieza de oro hace ya casi una hora y aún no me ha traído el cambio.
El dueño llamó al camarero, dijo que aquel señor no le había dado nada.
-Qué? gritó Embuste, de modo que todo el que estaba allí volteó la cabeza para mirar-.
¡No puedo creerlo! ¡Aquí vienen a comer ciudadanos inocentes y honrados, y les roban el dinero que han ganado con tanto esfuerzo! Sois un hatajo de ladrones y embusteros! ¡Me habréis enredado una vez, pero no volveréis a verme! ¡Toma! -Le lanzó una moneda de oro al dueño-. ¡Y esta vez tráeme el cambio! Pero el dueño, temiendo que la reputación de la taberna se resintiera, rechazó la pieza de oro y le llevó a Embuste el cambio de la primera moneda que decía haberle dado al camarero, después se llevó a éste aparte, lo llamó sin vergüenza y le dijo que estaba decidido despedirlo. Por mucho que el camarero dijera que no había recibido ninguna moneda del cliente, el dueño se negaba a creerlo.
-Oh, Verdad, ¿dónde te has escondido?
-Suspiró el camarero-. ¿Nos has abandonado también a las pobres almas trabajadoras?
-No, estoy aquí -gruñó Verdad para su adentro-, pero mi buen juicio se ha visto suplantado por el hambre y ahora no puedo hablar sin romper la promesa que he hecho a Embuste.
En cuanto estuvieron en la calle, Embuste soltó una alegre carcajada y le dio una palmada en la espalda a Verdad.
-Ves cómo funciona e! mundo? -exclamó-. No me ha salido nada mal, ¿no te parece?
Pero Verdad se alejó de su lado y dijo:
“Prefiero pasar hambre a vivir como tú lo haces”,
Y así Verdad y Embuste se fueron por caminos diferentes y jamás volvieron a viajar juntos.

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