sábado, 31 de diciembre de 2011

MI ORACIÓN POR TI, EN ESTE NUEVO AÑO.

Salmos 20 -Oración pidiendo la victoria
Salmo de David.

1 Jehová te oiga en el día de conflicto; 
  El nombre del Dios de Jacob te defienda. 
2 Te envíe ayuda desde el santuario, 
  Y desde Sion te sostenga. 
3 Haga memoria de todas tus ofrendas, 
  Y acepte tu holocausto. Selah 
4 Te dé conforme al deseo de tu corazón, 
  Y cumpla todo tu consejo. 
5 Nosotros nos alegraremos en tu salvación, 
  Y alzaremos pendón en el nombre de nuestro Dios; 
  Conceda Jehová todas tus peticiones. 
6 Ahora conozco que Jehová salva a su ungido; 
  Lo oirá desde sus santos cielos 
  Con la potencia salvadora de su diestra. 
7 Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; 
  Mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria. 
8 Ellos flaquean y caen, 
  Mas nosotros nos levantamos, y estamos en pie. 
9 Salva, Jehová; 
  Que el Rey nos oiga en el día que lo invoquemos.

martes, 27 de diciembre de 2011

¿PUEDE UN CRISTIANO FUMAR?


 Le preguntaron al gran evangelista Moody si había en la Biblia algún versículo que prohibiera fumar. --No --dijo él--, pero conozco uno que ordena fumar. --¡Cómo! --exclamó el interrogador. Y repuso Moody --sí, en Apocalipsis 22:11: "El que es inmundo, sea inmundo todavía."
 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

¿QUE PIENSAS DE TU PADRE?

A los 4 años de edad:
Mi papi puede hacer de todo.
A los 5:
Mi papi lo sabe todo.
A los 6:
Mi papi es mas sabio que el tuyo.
A los 8:
Creo que tal vez mi papi no sabe exactamente de todo...
A los 10:
En la antigüedad, cuando mi papi estaba creciendo, las cosas sí que eran diferentes...
A los 13:
Oh! Bueno, naturalmente, Papá no sabe nada de eso. Es demasiado mayor como para que se acuerde de su niñez.
A los 15:
No le hagas caso a mi papá. El es tan chapado a la antigua.. .
A los 17:
A veces me pregunto como pudo mi viejo salir adelante con lo poco que entiende las cosas.
A los 21:
¿El viejo? Dios mío, el pobre está totalmente despistado. No es de esta época.
A los 25:
Creo que mi papi sabe algo de esto. Es lógico pues él ha vivido tanto tiempo.
A los 30:
Tal vez debiera consultar con mi viejo para ver que piensa él. Después de todo él ha tenido mucha experiencia.
A los 40:
No voy a hacer nada antes de consultar con el viejo.
A los 50:
Me pregunto como habría manejado esto mi papá. Era tan sabio y tuvo todo un mundo de experiencia.
A los 55:
Daría cualquier cosa porque mi viejo estuviera con nosotros ahora para
poder hablar de esto con él. Lástima que no comprendí a tiempo lo sabio que era. Hubiera podido aprender tanto de él.... "
 

"HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE PARA QUE TE VALLA BIEN..."

lunes, 5 de diciembre de 2011

LA CAJITA.

 Hace ya algun tiempo, un hombre castigo a su hija pequena de tres años por haber desperdiciado un rollo de papel de regalo dorado. 

En aquellos dias andaban un poco apurados de dinero, y es comprensible que el hombre se enfadase al ver a su hija derrochando papel, bastante caro, para envolver una caja que luego colocaria debajo del Arbol de Navidad. 

A la manana siguiente, sin embargo, la nina le llevo el regalo a su padre y le dijo:

 "Esto es para ti, papa". El hombre se sintio terriblemente avergonzado de su reaccion furiosa del dia anterior, pero volvio a enfadarse cuando, al abrir la caja, vio que estaba vacia. 

"?Es que no sabes que cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo dentro de la caja?", grito de nuevo a su hija. 

La pequenina le miro con lagrimas en los ojos y dijo: 

"No, papa, no esta vacia, yo sople besos adentro de la caja, todos para ti, papi." 

El padre se sintio morir; puso sus brazos alrededor de su nina y le suplico que le perdonara. 




Se dice que el hombre guardo esa caja dorada cerca de su cama muchos años y siempre que se sentia deprimido, tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña habia puesto ahi. 

De forma similar, cada uno de nosotros hemos recibido un recipiente dorado, lleno de amor incondicional y besos de nuestros hijos, amigos, familia y de nuestro amoroso Dios. Es nuestra pertenencia más hermosa, que debemos conservar a toda costa y a la que podemos recurrir en los momentos menos buenos. 

viernes, 2 de diciembre de 2011

Te dolerá, pero es por tu bien.


  Quiero compartir con ustedes el articulo que escribió del pastor Enrique Monterrosa, en una revista cristiana. que lo disfruten.
La semana pasada teníamos una consulta preventiva con el pediatra de mi hijo Uziel, a lo que aprovechando la visita habíamos programado una vacuna preventiva para mi pequeño de tres años y cuatro meses.
Personalmente ya lo he dicho en alguna vez: No soy amigo de las agujas ni nada parecido. Pero el hecho de saber que iban a vacunar a Uziel hacia que miestomago tuviera una sensación rara, como que a mí era el que me iban a vacunar.
Toda la semana pase pensando en ese momento y cada vez que me lo imaginaba, pensaba en Uziel moviéndose para todos lados, llorando, mientras mi esposa y yo lo deteníamos para que el médico pudiera vacunarlo.
Llego el día tan esperado, saliendo de la oficina me dirigí hacia mi casa y en el caminono dejaba de pensar en el episodio que estaba a punto de vivir, se que suena dramático, pero para los que no somos muy amigos de las agujas saben de lo que estoy hablando, pero en el camino hacia mi casa deje de pensar un momento en elepisodio que se avecinaba o en el dolor que mi hijo iba a sentir y me puse a pensar que pese al dolor y el mal momento que posiblemente íbamos a experimentar con él, era lo mejor, porque esa vacuna iba a prevenir una enfermedad futura.
Los que somos padres de pequeños, saben que preferiríamos que nos las pusieran a nosotros y que el efecto favorable fuera para ellos, y es que ver a tu pequeño llorar en ese momento conmueve, pero a pesar de todo, es lo mejor.
Pensando en eso Dios me llevo a imaginarme lo que él siente cada vez que nosotros vamos a pasar por episodios que a lo mejor serán muy dolorosos, me lo imagino esperando el día en el que ese suceso doloroso aparecerá en nuestra vida y en el cual quizá derramaremos lagrimas o sentiremos que dolió demasiado, sin embargo quizá sea lo mejor para nosotros.
A veces vemos nuestro bienestar desde el punto de vista nuestro, sin darnos cuenta que el que mejor sabe sobre nuestro bienestar es Dios mismo. Si Él quiere que ese día experimente eso que a lo mejor en su momento me dolerá, entonces él lo permitirá. Si, lo permitirá porque sabe que en ese momento es lo mejor, porque ese suceso o experiencia me ayudara en un futuro.

A veces Dios pareciera que se viste de médico, nos pone vacunas preventivas que duelen en su momento, pero que previene que en el futuro padezcas dolorosamente de más.

A veces he sentido como Dios me vacuna contra muchas cosas, me duele en su momento, no lo voy a negar y a veces pienso del ¿Por qué? De las cosas, sin percatarme que dentro de un tiempo me daré cuenta, no del porque, sino del ¿Para qué? De aquello que me toco experimentar.
Uziel fue más valiente de lo que me imagine, llegamos donde el médico, al principio muy tímido como es lo normal de un niño al ir al médico, pero con el tiempo fue avanzando permitió examinarlo sin ningún problema y a la hora de inyectarlo ni se movió, ni hizo ningún gesto de dolor, el doctor y la enfermera quedaron asombrados y no se diga Yamita y yo, no me quedo más que felicitar a mi pequeño por tanta valentía mostrada. Segundos después de colocarle la inyección, andaba corriendo de un lado al otro en el consultorio FELIZ. ¡Así es mi hijo!
Luego del momento, no pasaba de mi asombro y le pregunte al doctor del porque no se había movido, llorado o gritado, le pregunte si la inyección o la aguja no dolía, el me contesto literalmente esto: “No, lo que paso fue que se hizo el ambiente ideal”, refiriéndose a que Uziel estaba de lo más relajado y confiado estando Yamita y yo allí.
A veces el dolor aparece porque estamos más preocupados sobre lo que nos dolerá o las reacciones que tendremos, estamos tan tensos que una vacuna puede doler más de la cuenta.
Así mismo es en la vida espiritual, si estamos afanados, estresados, preocupados en extremo u otro síntoma que nos lleve a alejarnos de la paz y confianza que tenemos que tener en que Dios tiene el control de todo, entonces posiblemente dolerá más de la cuenta.
¿Qué tal si a pesar del episodio difícil que vamos o estamos experimentando, descansamos y confiamos en Él?, estoy seguro que Dios está allí mismo contigo, Él jamás te ha dejado o te dejara, tú confianza en Él fortalece la esperanza en que todo saldrá bien, de hecho Dios tiene un plan ideal para tu vida y dicho plan es hermoso y perfecto, quizá en su momento doloroso, pero al final todo será para tu bien.
“Haz el ambiente ideal”, no te quejes, no reproches, no pienses en lo doloroso que será o está siendo, simplemente relájate, descansa, confía, porque el que en Él confía, jamás será avergonzado, ¡Haz el ambiente ideal!

¡QUIZÁ DUELA MUCHO, PERO ESTOY SEGURO QUE ES PARA TU BIEN!

“Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su plan”.

Romanos 8:28 (Traducción en lenguaje actual)
Autor: Enrique Monterroza

martes, 29 de noviembre de 2011

DAVID BRAINERD Heraldo enviado a los pieles rojas 1718-1747



Cierto joven de cuerpo enjuto, pero con un alma en que ardía el fuego del amor encendido por Dios, se
encontró un día en una floresta que él no conocía. Era tarde y el sol ya declinaba hasta casi desaparecer en
el horizonte, cuando el viajero, cansado por el largo viaje, divisó las espirales de humo de las hogueras de
los indios "pieles rojas". Después de apearse de su caballo y amarrarlo a un árbol, se acostó en el suelo
para pasar la noche, orando fervorosamente.

Sin que él se diera cuenta, algunos pieles rojas lo siguieron silenciosamente, como serpientes, durante la
tarde. Ahora estaban parados detrás de los troncos de los árboles para desde allí contemplar la escena
misteriosa de una figura de "rostro pálido", que solo, postrado en el suelo, clamaba a Dios.

Los guerreros de la villa resolvieron matarlo sin demora, pues decían que los blancos les daban "agua
ardiente" a los "pieles rojas" para embriagarlos y luego robarles las cestas, las pieles de animales, y por
último adueñarse de sus tierras. Pero después que rodearon furtivamente al misionero, que postrado en el
suelo oraba, y oyeron cómo clamaba al "Gran Espíritu", insistiendo en que les salvase el alma, ellos se
fueron, tan secretamente como habían venido.

Al día siguiente el joven, que no sabía lo que había sucedido a su alrededor la tarde anterior mientras
oraba entre los árboles, fue recibido en la villa en una forma que él no esperaba. En el espacio abierto
entre los wigwams (barracas de pieles), los indios rodearon al joven, quien con el amor de Dios ardiéndole
en el alma, leyó el capítulo 53 de Isaías. Mientras predicaba, Dios respondió a su oración de la noche
anterior y los pieles rojas escucharon el sermón con lágrimas en los ojos.

Ese joven "rostro pálido" se llamaba David Brainerd. Nació el 20 de abril de 1718. Su padre falleció
cuando David tenía 9 años de edad, y su madre, que era hija de un predicador, falleció cuando él tenía 14
años.

Acerca de su lucha con Dios en el período de su conversión, a la edad de veinte años, él escribió:
"Dediqué un día para ayunar y orar, y me pasé el día clamando a Dios casi incesantemente, pidiéndole
misericordia y que me abriese los ojos para ver la enormidad del pecado y el camino para la vida en
Jesucristo... No obstante, continué confiando en las buenas obras... Entonces, una noche andando por el
campo, me fue dada una visión de la enormidad de mi pecado, pareciéndome que la tierra se fuese a abrir
bajo mis pies para sepultarme y que mi alma iría al infierno antes de llegar a casa... Cierto día, estando yo
lejos del colegio, en el campo, orando completamente solo, sentí tanto gozo y dulzura en Dios, que, si yo
debiese quedar en este mundo vil, quería permanecer contemplando la gloria de Dios. Sentí en mi alma un
profundo amor ardiente hacia todos mis semejantes y anhelaba que ellos pudiesen gozar lo mismo que yo
gozaba.

"Poco después, en el mes de agosto, me sentí tan débil y enfermo como resultado de un exceso de
estudio, que el director del colegio me aconsejó que volviese a mi casa. Estaba tan flaco que hasta tuve
algunas hemorragias. Me sentí muy cerca de la muerte, pero Dios renovó en mí el reconocimiento y el
gusto por las cosas divinas. Anhelaba tanto la presencia de Dios, así como liberarme del pecado, que al
mejorar, prefería morir a tener que volver al colegio y alejarme de Dios... ¡Oh, una hora con Dios excede
infinitamente a todos los placeres del mundo!"

En efecto, después de volver al colegio, el espíritu de Brainerd se enfrió, pero el Gran Avivamiento de


esa época alcanzó la ciudad de New Haven, el colegio de Yale y el corazón de David Brainerd. El tenía la
costumbre de escribir diariamente una relación de los acontecimientos más importantes de su vida
ocurridos durante el día. Y es por esos diarios que escribió únicamente para leerlos él y no para
publicarlos, que hemos llegado a enterarnos de su vida íntima, de profunda comunión con Dios. Los pocos
párrafos que ofrecemos a continuación son sólo muestras de lo que él escribió en muchas páginas de su
diario, y exponen algo de su lucha con Dios en la época que se preparaba para el ministerio:

"Repentinamente sentí horror de mi propia miseria. Entonces clamé a Dios, pidiéndole que me
purificase de mi extrema inmundicia. Después, la oración adquirió un valor precioso para mí. Me ofrecí
con gozo para pasar los mayores sufrimientos por la causa de Cristo, aun cuando fuese el ser desterrado
entre los paganos, siendo así que pudiese ganar sus almas. Entonces Dios me concedió el espíritu de
luchar en oración por el reino de Cristo en el mundo.

"Muy temprano en la mañana me retiré para la floresta y se me concedió fervor para rogar por el
progreso del reino de Cristo en el mundo. Al mediodía aún combatía, en oración a Dios, y sentía el poder
del amor divino en la intercesión."

***

"Pasé el día en ayuno y oración, implorando que Dios me preparase para el ministerio y me concediese
el auxilio divino y su guía, y me enviase a la mies el día que El designase. A la mañana siguiente sentí
poder para interceder por las almas inmortales y por el progreso del reino del querido Señor y Salvador en
el mundo... Esa misma tarde Dios estaba conmigo de verdad. ¡Qué bendita es su compañía! El me
permitió agonizar en oración hasta quedar con la ropa empapada de sudor, a pesar de encontrarme a la
sombra y de que soplaba una brisa fresca. Sentía mi alma extenuada grandemente por la condición del
mundo: me esforzaba por ganar multitudes de almas. Me sentía más afligido por los pecadores que por los
hijos de Dios. Sin embargo, anhelaba dedicar mi vida clamando por ambos."

***

"Pasé dos horas agonizando por las almas inmortales. A pesar de ser muy temprano todavía, mi cuerpo
estaba bañado en sudor... Si tuviese mil vidas, con toda mi alma las habría dado todas por el gozo de estar
con Cristo..."

***

"Dediqué todo el día para ayunar y orar, implorando a Dios que me guiase y me diese su bendición para
la gran obra que tengo delante, la de predicar el evangelio. Al anochecer, el Señor me visitó
maravillosamente durante la oración; sentí mi alma angustiada como nunca... Sentí tanta agonía que
sudaba copiosamente. Oh, cómo Jesús sudó sangre por las pobres almas! Yo anhelaba sentir más y más
compasión por ellas."

***

"Llegué a saber que las autoridades esperan la oportunidad de prenderme y encarcelarme por haber
predicado en New Haven. Esto me contrarió y abandoné toda esperanza de trabar amistad con el mundo.
Me retiré para un lugar oculto en la floresta y presenté el caso al Señor."

***

 Después de completar sus estudios para el ministerio, él escribió:

"Prediqué el sermón de despedida ayer por la noche. Hoy por la mañana oré en casi todos los lugares
por donde anduve, y después de despedirme de mis amigos, inicié el viaje hacia donde viven los indios."

Estas notas del diario de Brainerd revelan, en parte, su lucha con Dios mientras se preparaba para el
ministerio. Uno de los mayores predicadores de aquellos días, refiriéndose a ese diario, declaró: "Fue
Brainerd quien me enseñó a ayunar y a orar. Llegué a saber que se consigue más mediante el contacto
cotidiano con Dios que por medio de las predicaciones."

Al iniciar la historia de la vida de Brainerd, ya elatamos cómo Dios le concedió entrada entre los feroces
pieles rojas, en respuesta a una noche de oración postrado en tierra en medio de la floresta.

 Pero a pesar de que los indios le dieron amplia hospitalidad, concediéndole un sitio para dormir sobre un
poco de paja, y escucharon el sermón conmovidos, Brainerd no se sintió satisfecho y continuó luchando


en oración, como lo revela su diario: "Sigo sintiéndome angustiado. Esta tarde le prediqué a la gente, pero
me sentí más desilusionado que antes acerca de mi trabajo; temo que no va a ser posible ganar almas entre
estos indios. Me retiré y con toda mi alma pedí misericordia, pero sin sentir ningún alivio."

"Hoy cumplí veinticinco años de edad. Me dolía el alma al pensar que he vivido tan poco para la gloria
de Dios. Pasé el día solo en la floresta derramando mis quejas delante del Señor.

"Cerca de las nueve salí para orar en el bosque. Después del mediodía percibí que los indios estaban
preparándose para una fiesta y una danza... Durante la oración sentí el poder de Dios y mi alma extenuada
como nunca antes lo había sentido. Sentí tanta agonía e insistí con tanta vehemencia que al levantarme
sólo pude andar con dificultad. El sudor me corría por el rostro y por el cuerpo. Me di cuenta de que los
pobres indios se reunían para adorar demonios y no a Dios; ése fue el motivo por el cual clamé a Dios que
se apresurase a frustrar la reunión idólatra. Así pasé la tarde, orando incesantemente, implorando el
auxilio divino para no confiar en mí mismo. Lo que experimenté mientras oraba fue maravilloso. Me
parecía que no había nada de importancia en mí a no ser santidad de corazón y vida, y el anhelo por la
conversión de los paganos a Dios. Todas mis preocupaciones se desvanecieron, mis recelos y mis anhelos
todos juntos me parecían menos importantes que el soplo del viento. Anhelaba que Dios adquiriese para sí
un nombre entre los paganos y le hice mi apelación con la mayor osadía, insistiendo que El reconociese
que 'ésa sería mi mayor alegría'. En efecto, a mí no me importaba dónde o cómo vivía, ni las fatigas que
tenía que soportar, con tal que pudiese ganar almas para Cristo. En esa forma continué implorando toda la
tarde y toda la noche."

Así revestido, Brainerd regresó del bosque por la mañana para enfrentar a los indios, seguro de que Dios
estaba con él, como estuviera con Elías en el monte Carmelo. Al insistir con los indios para que
abandonasen la danza, éstos en vez de matarlo, desistieron de la orgía y escucharon su sermón por la
mañana y por la tarde.

Después de sufrir como pocos sufren, después de esforzarse de noche y de día, después de pasar
innumerables horas en ayuno y oración, después de predicar la Palabra "a tiempo y fuera de tiempo", por
fin, se abrieron los cielos y cayó el fuego. Las siguientes transcripciones de su diario describen algunas de
esas experiencias gloriosas:

"Pasé la mayor parte del día orando, pidiendo que el Espíritu Santo fuese derramado sobre mi pueblo. ..
Oré y alabé al Señor con gran osadía, sintiendo en mi alma enorme carga por la salvación de esas
preciosas almas."

***

 Diserté a la multitud extemporáneamente sobre Isa_53:10. 'Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo.'
Muchos de los oyentes entre la multitud de tres a cuatro mil personas quedaron conmovidos, al punto que
se escuchó 'un gran llanto, como el llanto de Hadadrimón'."

***

"Mientras yo iba a caballo, antes de llegar al lugar donde debía predicar, sentí que mi espíritu era
restaurado y mi alma revestida de poder para clamar a Dios, casi sin cesar, por muchos kilómetros
seguidos.

"En la mañana les prediqué a los indios de donde nos hospedamos. Muchos se sintieron conmovidos y,
al hablarles acerca de la salvación de su alma, las lágrimas les corrían abundantemente y comenzaron a
sollozar y a gemir. Por la tarde volví al lugar donde acostumbraba predicarles; me escucharon con la
mayor atención casi hasta el fin. La mayoría no pudo contenerse de derramar lágrimas ni de clamar
amargamente. Cuanto más les hablaba yo del amor y la compasión de Dios, que llegó a enviar a su propio
Hijo para que sufriera por los pecados de los hombres, tanto más aumentaba la angustia de los oyentes.
Fue para mí una sorpresa notar cómo sus corazones parecían traspasados por el tierno y conmovedor
llamado del evangelio, antes de que yo profiriese una única palabra de terror.

"Prediqué a los indios sobre Isa_53:3-10. Un gran poder acompañaba a la Palabra y hubo una marcada
convicción entre el auditorio; sin embargo, ésta no fue tan generalizada como el día anterior. De todas
maneras, la mayoría de los oyentes se sintieron muy conmovidos y profundamente angustiados; algunos


no podían caminar, ni estar de pie, y caían al suelo como si tuviesen el corazón traspasado y clamaban sin
cesar pidiendo misericordia... Los que habían venido de lugares distantes, luego quedaron convencidos
por el Espíritu de Dios."

***

"En la tarde prediqué sobre Luc_15:16-23. Había mucha convicción visible entre los oyentes mientras
yo predicaba; pero después, al hablarles en forma particular a algunos que se mostraban conmovidos, el
poder de Dios descendió sobre el auditorio 'como un viento recio que soplaba' y barrió todo de una manera
espectacular.

"Me quedé en pie, admirado de la influencia de Dios que se apoderó casi totalmente del auditorio.
Parecía, más que cualquier otra cosa, la fuerza irresistible de una gran corriente de agua, o un diluvio
creciente, que derrumbaba y barría todo lo que encontraba a su paso.

"Casi todos los presentes oraban y clamaban pidiendo misericordia, y muchos no podían permanecer en
pie. La convicción que cada uno sentía era tan grande que parecían ignorar por completo a las personas
que estaban a su alrededor, y cada uno continuaba orando y rogando por sí mismo.

"Entonces recordé a Zacarías 12:10-12, porque había un gran llanto como el llanto de 'Hadad-rimón',
pues parecía que cada uno lloraba 'aparte'.

"Fue un día muy semejante al día en que Dios mostró su poder a Josué (Jos_10:14) porque fue un día
diferente a cualquier otro que yo hubiese presenciado jamás, un día en que Dios hizo mucho para destruir
el reino de las tinieblas entre ese pueblo."

Es difícil reconocer la magnitud de la obra de David Brainerd entre las diversas tribus de indios, en
medio de las florestas; él no entendía el idioma de ellos. Para transmitirles directamente al corazón el
mensaje de Dios, tenía que encontrar a alguien que le sirviese de intérprete. Pasaba días enteros
simplemente orando para que viniese sobre él el poder del Espíritu Santo con tanto vigor que esa gente no
pudiese resistir el mensaje. Cierta vez tuvo que predicar valiéndose de un intérprete que estaba tan
embriagado que casi no podía mantenerse en pie; sin embargo, decenas de almas se convirtieron por ese
sermón.

A veces andaba de noche perdido en el monte, bajo la lluvia y atravesando montañas y pantanos. De
cuerpo endeble, se cansaba en sus viajes. Tenía que soportar el calor del verano y el intenso frío del
invierno. Pasaba días seguidos sufriendo hambre. Ya comenzaba a sentir quebrantada su salud. En ese
tiempo estuvo a punto de casarse (su novia fue Jerusha Edwards, hija de Jonatán Edwards) y establecer un
hogar entre los indios convertidos, o regresar y aceptar el pastorado de una de las iglesias que lo invitaba.
Pero él se daba cuenta de que no podía vivir, por causa de su enfermedad, más de uno o dos años, y
entonces resolvió "arder hasta el fin".

 Así, después de ganar la victoria en oración, clamó: "Heme aquí, Señor, envíame a mí hasta los confines
de la tierra; envíame a los pieles rojas del monte; aléjame de todo lo que se llama comodidad en la tierra;
envíame aunque me cueste la vida, si es para tu servicio y para promover tu reino..."

Luego añadió: "Adiós amigos y comodidades terrenales, aun los más anhelados de todos, si el Señor así
lo quiere. Pasaré hasta los últimos momentos de mi vida en cavernas y cuevas de la tierra, si eso sirve para
el progreso del Reino de Cristo."

 Fue en esa ocasión que escribió: "Continuaré luchando con Dios en oración a favor del rebaño de aquí, y
especialmente por los indios de otros lugares hasta la hora de acostarme. ¡Cómo me dolió tener que gastar
el tiempo durmiendo! Anhelaba ser una llama de fuego que estuviese ardiendo constantemente en el
servicio divino y edificando el reino de Dios, hasta el último momento, el momento de morir."

Por fin, después de cinco años de viajes arduos por parajes solitarios, de innumerables aflicciones y de
sufrir dolores incesantes en el cuerpo, David Brainerd, tuberculoso, y con las fuerzas físicas casi
enteramente agotadas, consiguió llegar a la casa de Jonatán Edwards.

El peregrino ya había completado su carrera terrestre y esperaba solamente el carro de Dios que lo
transportaría a la gloria, Cuando estaba en su lecho de dolor, vio entrar a alguien con la Biblia en la mano
y exclamó: "¡Oh, el Libro amado! ¡Muy pronto voy a verlo abierto! ¡Entonces sus misterios me serán


revelados!

A medida que iban disminuyendo sus fuerzas físicas y su percepción espiritual iba en aumento, hablaba
con más y más dificultad: "Fui hecho para la eternidad." "Cómo anhelo estar con Dios y postrarme ante
El." "¡Oh, que el Redentor pueda ver el fruto de la aflicción de su alma y quedar satisfecho!" "¡Oh, ven
Señor Jesús! ¡Ven pronto! ¡Amén!" — y durmió en el Señor.

Después de ese acontecimiento la novia de Brainerd, Jerusha Edwards, comenzó a marchitarse como
una flor, y cuatro meses después fue a morar también en la ciudad celeste. A un lado de su tumba está la
tumba de David Brainerd y del otro lado, la de su padre, Jonatán Edwards.
Para David Brainerd el deseo más grande de su vida era el de arder como una llama, por Dios, hasta el
último momento, como él mismo lo decía: "Anhelo ser una llama de fuego, constantemente ardiendo en el
servicio divino, hasta el último momento, el momento de fallecer."

Brainerd acabó su carrera terrestre a los veintinueve años. Sin embargo, a pesar de su debilidad física
tan grande, hizo mucho más que la mayoría de los hombres hace en setenta años.

Su biografía, escrita por Jonatán Edwards y revisada por Juan Wesley, tuvo más influencia sobre la vida
de A. J. Gordon que ningún otro libro, excepto la Biblia. Guillermo Carey leyó la historia de su obra y
consagró su vida al servicio de Cristo en las tinieblas de la India. Roberto McCheyne leyó su diario y pasó
su vida entre los judíos. Enrique Martyn leyó su biografía y se entregó por completo para consumirse en
un período de seis años y medio en el servicio de su Maestro en Persia.

Lo que David Brainerd escribió a su hermano, Israel Brainerd, es para nosotros un desafío a la obra
misionera: "Digo, ahora que estoy muriendo, que ni por todo lo que hay en el mundo, habría yo vivido mi
vida de otra manera."

lunes, 28 de noviembre de 2011

MENSAJE DE NAVIDAD....

Para estas fechas, comienza a hablarse del "espiritu navideño". Hablamos de amor, de perdón y nuestro corazones se ponen más sensibles.
Dependiendo de las costumbres y los lugares, preparamos sabrosas cenas, gastamos enormes cantidades de dinero para demostrar nuestro amor por los seres que más amamos.
Los del norte ruegan por un poco de calor mientras que los del sur añoramos la "navidad blanca".
Visitamos a los amados y a los que hace mucho no vemos.
Enviamos cartas, correos electrónicos y saludos deseando felicidades.
Contamos a nuestros niños sobre "Papa Noel", "Santa Claus" o como se le denomine.
Buscamos el mejor árbol para adornar nuestra sala.
Ponemos un moño rojo en la puerta aunque no sepamos su significado.
Compramos cohetes y bengalas para que disfruten nuestro hijos.
Para terminar, armamos un pesebre que colocamos bajo el arbol porque es tradición.

Pero, ¿haz notado algo?
El verdadero actor de la navidad no está presente.
La navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús. Obviamente no nació un 24 de Diciembre. Mucho menos a las doce de la noche. Y tampoco fue hace 2001 años.
Meses más, días menos, lo importante es que Jesus nació.
El vive hoy entre nosotros y espera habitar dentro del corazón de cada uno de los humanos.
Nació para salvarnos del pecado que reina en nosotros.
Invítalo a tu mesa este año. Celebra el que haya nacido.
El es el centro de la celebración, más que un árbol o un hombre de rojo que reparte regalos.
El regalo ya nos lo hizo Jesús al nacer siendo Dios y morir en la cruz por nuestros pecados.
Celebremos una navidad distinta
!CELEBREMOS A JESÚS¡¡

martes, 22 de noviembre de 2011

JORGE WHITEFIELD Predicador al aire libre 1714-1770




Más de 100 mil hombres y mujeres rodeaban al predicador hace doscientos años en Cambuslang, Escocia.
Las palabras del sermón, vivificadas por el Espíritu Santo, se oían claramente en todas partes donde se
encontraba ese mar humano. Es difícil hacerse idea del aspecto de la multitud de 10 mil penitentes que
respondieron al llamado para aceptar al Salvador. Estos acontecimientos nos sirven como uno de los
pocos ejemplos del cumplimiento de las palabras de Jesús: "De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las
obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre" (Jua_14:12).

Había "como un fuego ardiente metido en los huesos" de este predicador, que era Jorge Whitefield.
Ardía en él un santo celo de ver a todas las personas liberadas de la esclavitud del pecado. Durante un
período de veintiocho días realizó la increíble hazaña de predicar a diez mil personas diariamente. Su voz
se podía oír perfectamente a más de un kilómetro de distancia, a pesar de tener una constitución física
delgada y de adolecer de un problema pulmonar. Todos los edificios resultaban pequeños para contener esos
enormes auditorios, y en los países donde predicó, instalaba su pulpito en los campos, fuera de las
ciudades. Whitefield merece el título de príncipe de los predicadores al aire libre, porque predicó un
promedio de diez veces por semana, durante un período de treinta y cuatro años, la mayoría de las veces
bajo el techo construido por Dios, que es el cielo.

La vida de Jorge Whitefield fue un milagro. Nació en una taberna de bebidas alcohólicas. Antes de
cumplir tres años, su padre falleció. Su madre se casó nuevamente, pero a Jorge se le permitió continuar
sus estudios en la escuela. En la pensión de su madre él hacía la limpieza de los cuartos, lavaba la ropa y
vendía bebidas en el bar. Por extraño que parezca, a pesar de no ser aún salvo, Jorge se interesaba
grandemente en la lectura de las Escrituras, leyendo la Biblia hasta altas horas de la noche y preparando


sermones. En la escuela se lo conocía como orador. Su elocuencia era natural y espontánea, un don
extraordinario de Dios que poseía sin siquiera saberlo.

Se costeó sus propios estudios en Pembroke College, Oxford, sirviendo como mesero en un hotel.
Después de estar algún tiempo en Oxford, se unió al grupo de estudiantes a que pertenecían Juan y Carlos
Wesley. Pasó mucho tiempo, como los demás de ese grupo, ayunando y esforzándose en mortificar la
carne, a fin de alcanzar la salvación, sin comprender que "la verdadera religión es la unión del alma con
Dios y la formación de Cristo en nosotros".

Acerca de su salvación escribió poco antes de su muerte: "Sé el lugar donde... Siempre que voy a
Oxford, me siento impelido a ir primero a ese lugar donde Jesús se me reveló por primexa vez, y me
concedió mi nuevo nacimiento."

 Con la salud quebrantada, quizás por el exceso de estudio, Jorge volvió a su casa para recuperarla.

 Resuelto a no caer en el indiferentismo, estableció una clase bíblica para jóvenes que como él, deseaban
orar y crecer en la gracia de Dios. Diariamente visitaban a los enfermos y a los pobres, y, frecuentemente,
a los presos en las cárceles, para orar con ellos y prestarles cualquier servicio manual que pudiesen.
Jorge tenía en el corazón un plan que consistía en preparar cien sermones y presentarse para ser destinado
al ministerio. Sin embargo, era tanto su celo que cuando apenas había preparado un solo sermón, ya la
iglesia insistía en ordenarlo, teniendo él apenas veintiún años, a pesar de existir un reglamento que
prohibía aceptar a ninguna persona menor de 23 años para tal cargo.

El día anterior a su separación para el ministerio lo pasó en ayuno y oración. Acerca de ese hecho, él
escribió: "En la tarde me retiré a un lugar alto cerca de la ciudad, donde oré con insistencia durante dos
horas pidiendo por mí y también por aquellos que iban a ser separados junto conmigo. El domingo me
levanté de madrugada y oré sobre el asunto de la epístola de San Pablo a Timoteo, especialmente sobre el
precepto: "Ninguno tenga en poco tu juventud." Cuando el presbítero me impuso las manos, si mi vil
corazón no me engaña, ofrecí todo mi espíritu, alma y cuerpo para el servicio del santuario de Dios...
Puedo testificar ante los cielos y la tierra, que me di a mí mismo, cuando el presbítero me impuso las
manos, para ser un mártir por Aquel que fue clavado en la cruz en mi lugar."

Los labios de Whitefield fueron tocados por el fuego divino del Espíritu Santo en ocasión de su
separación para el ministerio. El domingo siguiente, en esa época de frialdad espiritual, predicó por
primera vez. Algunos se quejaron de que quince de los oyentes "enloquecieron" al escuchar el sermón.

Sin embargo, el presbítero al comprender lo que pasaba, respondió que sería muy bueno que los quince
no se olvidasen de su "locura" antes del siguiente domingo.

Whitefield nunca se olvidó ni dejó de aplicar las siguientes palabras del doctor Delaney: "Deseo, todas
las veces que suba al pulpito, considerar esa oportunidad como la última que se me concede para predicar
y la última que la gente va a escuchar." Alguien describió así una de sus predicaciones: "Casi nunca
predicaba sin llorar y sé que sus lágrimas eran sinceras. Lo oí decir: 'Vosotros me censuráis porque lloro.
Pero, ¿cómo puedo contenerme, cuando no lloráis por vosotros mismos, a pesar de que vuestras almas
inmortales están al borde de la destrucción? No sabéis si estáis oyendo el último sermón o no, o jamás
tendréis otra oportunidad de llegar a Cristo.'" A veces lloraba hasta parecer que estaba muerto y a mucho
costo recuperaba las fuerzas. Se dice que los corazones de la mayoría de los oyentes se derretían ante el
calor intenso de su espíritu, como la plata se derrite en el horno del refinador.

Cuando era estudiante del colegio de Oxford, su corazón ardía de celo, y pequeños grupos de alumnos
se reunían en su cuarto diariamente; se sentían impelidos como los discípulos se sintieron después del
derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El Espíritu continuó obrando poderosamente en él
y por él durante el resto de su vida, porque nunca abandonó la costumbre de buscar la presencia de Dios.
Dividía el día en tres partes: ocho horas solo con Dios y dedicado al estudio, ocho horas para dormir y
tomar sus alimentos, y ocho horas tiara el trabaja entre la gente. De rodillas leía las Escrituras y oraba
sobre esa lectura, y así recibía luz, vida y poder. Leemos que en una de sus visitas a los Estados Unidos,
"pasó la mayor parte del viaje a bordo solo, orando". Alguien escribió sobre él: "Su corazón se llenó tanto
de los cielos, que anhelaba tener un lugar donde pudiese agradecer a Dios; y completamente solo, durante


horas, lloraba conmovido por el amor de su Señor que lo consumía." Las experiencias que tenía en su
ministerio confirmaban su fe en la doctrina del Espíritu Santo, como el Consolador todavía vivo, el Poder
de Dios que obra actualmente entre nosotros.

Jorge Whitefield predicaba en forma tan vivida que parecía casi sobrenatural. Se cuenta que cierta vez
predicando a algunos marineros, describió un navio perdido en un huracán. Toda la escena fue presentada
con tanta realidad, que cuando llegó al punto de describir cómo el barco se estaba hundiendo, algunos de
los marineros saltaron de sus asientos gritando: "¡A los botes! ¡A los botes!" En otro sermón habló de un
ciego que iba andando en dirección de un precipicio desconocido. La escena fue tan natural que, cuando el
predicador llegó al punto de describir la llegada del ciego a la orilla del profundo abismo, el Camarero
Mayor, Chesterfield, que asistía al sermón, dio un salto gritando: "¡Dios mío! ¡Se mató!"

Sin embargo, el secreto de la gran cosecha de almas salvas no era su maravillosa voz, ni su gran
elocuencia. Tampoco se debía a que la gente tuviese el corazón abierto para recibir el evangelio, porque
ése era un tiempo de gran decadencia espiritual entre los creyentes.

Tampoco fue porque le faltase oposición. Repetidas veces Whitefield predicó en los campos porque las
iglesias le habían cerrado las puertas. A veces ni ios hoteles querían aceptarlo como huésped. En
Basingstoke fue agredido a palos. En Staffordshire le tiraron terrones de tierra. En Moorfield destruyeron
la mesa que le servía de pulpito y le arrojaron la basura de la feria. En Evesham las autoridades, antes de
su sermón, lo amenazaron con prenderlo si predicaba. En Exeter, mientras predicaba ante un auditorio de
diez mil personas, fue apredreado de tal modo que llegó a pensar que le había llegado su hora, como al
ensangrentado Esteban, de ser llamado inmediatamente a la presencia del Maestro. En otro lugar lo
apedrearon nuevamente hasta dejarlo cubierto de sangre. Verdaderamente llevó en el cuerpo, hasta la
muerte, las marcas de Jesús.

El secreto de obtener tales resultados con su predicación era su gran amor para con Dios. Cuando
todavía era muy joven, se pasaba las noches enteras leyendo la Biblia, que tanto amaba. Después de
convertirse, tuvo la primera de sus experiencias de sentirse arrebatado, quedando su alma enteramente al
descubierto, llena, purificada, iluminada por la gloria y llevada a sacrificarse enteramente a su Salvador.
Desde entonces nunca más fue indiferente al servicio de Dios, sino que, por el contrario, se regocijaba
trabajando con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo su entendimiento. Solamente le interesaban
los cultos y le escribió a su madre que nunca más volvería a su antiguo empleo. Consagró su vida
totalmente a Cristo. Y la manifestación exterior de aquella vida nunca excedía su realidad interior; así
pues, nunca mostró cansancio, ni disminuyó la marcha urante el resto de su vida.

A pesar de todo, él escribió: "Mi alma estaba seca como el desierto. Me sentía como si estuviese
encerrado dentro de una armadura de hierro. No podía arrodillarme sin prorrumpir en grandes sollozos y
oraba hasta quedar empapado en sudor... Sólo Dios sabe cuántas noches quedé postrado en la cama,
gimiendo por lo que sentía y, ordenando en el nombre de Jesús, que Satanás se apartase de mí. Otras veces
pasé días y semanas enteras postrado en tierra suplicando a Dios que me liberase de los pensamientos
diabólicos que me distraían. El interés propio, la rebeldía, el orgullo y la envidia me atormentaban, uno
después de otro, hasta que resolví vencerlos o morir. Luchaba en oración para que Dios me concediese la
victoria sobre ellos."
Jorge Whitefield se consideraba un peregrino errante en el mundo, en busca de almas. Nació, se crió,
estudió y obtuvo su diploma en Inglaterra. Atravesó el Adámico trece veces. Visitó Escocia catorce veces.
Fue a Gales varias veces. Estuvo una vez en Holanda. Pasó cuatro meses en Portugal. En las Bermudas
ganó muchas almas para Cristo, así como en todos los lugares donde trabajó.

Acerca de lo que experimentó en uno de esos viajes a la Colonia de Georgia, Whitefield escribió:
"Recibí de lo alto manifestaciones extraordinarias. Al amanecer, al mediodía, al anochecer y a
medianoche — de hecho el día entero — el amado Jesús me visitaba para renovar mi corazón. Si ciertos
árboles próximos a Stonehouse pudiesen hablar, contarían la dulce comunión que yo y algunas almas
amadas gozamos allí con Dios, siempre bendito. A veces, estando de paseo, mi alma hacía tales
incursiones por las regiones celestes, que parecía estar lista para abandonar mi cuerpo. Otras veces me


sentía tan vencido por la grandeza de la majestad infinita de Dios, que me postraba en tierra y le entregaba
mi alma, como un papel en blanco, para que El escribiese en ella lo que desease. Nunca me olvidaré de
una cierta noche de tormenta. Los relámpagos no cesaban de alumbrar el cielo. Yo había predicado a
muchas personas, y algunas de ellas estaban temerosas de volver a casa. Me sentí guiado a acompañarlas y
aprovechar la ocasión para animarlas a prepararse para la venida del Hijo del hombre. ¡Qué inmenso gozo
sentí en mi alma! ¡Cuando volvía, mientras algunos se levantaban de sus camas asustados por los
relámpagos que iluminaban los pisos y brillaban de uno al otro lado del cielo, otro hermano y yo nos
quedamos en el campo adorando, orando, ensalzando a nuestro Dios y deseando la revelación de Jesús
desde los cielos, ¡en una llama de fuego!"

¿Cómo se puede esperar otra cosa sino que las multitudes, a las que Whitefíeld predicaba, se vieran
inducidas a buscar la misma Presencia? En su biografía hay un gran número de ejemplos como los
siguientes: "¡Oh, cuántas lágrimas se derramaron en medio de fuertes clamores por el amor del querido
Señor Jesús! Algunos desfallecían y cuando recobraban las fuerzas, al escucharme volvían a desfallecer.
Otros gritaban como quien siente el ansia de la muerte. Y después de acabar el último discurso, yo mismo
me sentí tan vencido por el amor de Dios, que casi me quedé sin vida. Sin embargo, por fin reviví y
después de tomar algún alimento, me sentí lo suficientemente fuerte como para viajar cerca de treinta
kilómetros, hasta Nottingham. En el camino alegré mi alma cantando himnos. Llegamos casi a
medianoche; después de entregarnos a Dios en oración, nos acostamos y descansamos bajo la protección
del querido Señor Jesús. ¡Oh Señor, jamás existió un amor como el tuyo!"

Luego Whitefíeld continuó sin descanso: "Al día siguiente en Fog's Manor la concurrencia a los cultos
fue tan grande como en Nottingham. La gente quedó tan quebrantada, que por todos los lados vi personas
con el rostro bañado en lágrimas. La Palabra era más cortante que una espada de dos filos, y los gritos y
gemidos tocaban al corazón más endurecido. Algunos tenían semblantes tan pálidos como la palidez de la
muerte; otros se retorcían las manos, llenos de angustia; otros más cayeron de rodillas al suelo, mientras
que otros tenían que ser sostenidos por sus amigos para no caer. La mayor parte del público levantaba los
ojos a los cielos, clamando y pidiendo misericordia de Dios. Yo, mientras los contemplaba, solamente
podía pensar en una cosa, que ése había sido el gran día. Parecían personas despertadas por la última
trompeta, saliendo de sus tumbas para comparecer al Juicio Final.

"El poder de la Presencia divina nos acompañó hasta Baskinridge, donde los arrepentidos lloraban y los
salvos oraban, lado a lado. El indiferentismo de muchos se transformó en asombro y el asombro se
transformó después en gozo. Alcanzó a todas las clases, edades y caracteres. La embriaguez fue
abandonada por aquellos que habían estado dominados por ese vicio. Los que habían practicado cualquier
acto de injusticia, sintieron remordimientos. Los que habían robado se vieron constreñidos a hacer
restitución. Los vengativos pidieron perdón. Los pastores quedaron ligados a su pueblo mediante un
vínculo más fuerte de compasión. Se inició el culto doméstico en los hogares. Como resultado, los
hombres se interesaron en estudiar la Palabra de Dios y a tener comunión con su Padre celestial."

Pero no fue solamente en los países populosos que la gente afluyó para oírlo. En los Estados Unidos,
cuando todavía era un país nuevo, se congregaron grandes multitudes de personas que vivían lejos unos de
otros en las florestas. En su diario, el famoso Benjamín Franklin dejó constancia de esas reuniones de la
siguiente manera: "El jueves el reverendo Whitefíeld partió de nuestra ciudad, acompañado de ciento
cincuenta personas a caballo, con destino a Chester, donde predicó ante una audiencia de siete mil
personas, más o menos. El viernes predicó dos veces en Willings Town a casi cinco mil personas. El
sábado en Newcastle predicó a cerca de dos mil quinientas personas y, en la tarde del mismo día, en
Cristiana Bridge, predicó a casi tres mil. El domingo en White Clay Creek predicó dos veces, descansando
media hora entre los dos sermones dirigidos a ocho mil personas, de las cuales cerca de tres mil habían
venido a caballo. La mayor parte del tiempo llovió; sin embargo, todos los oyentes permanecieron de pie,
al aire libre."

Cómo Dios extendió su mano para obrar prodigios por medio de su siervo, se puede ver claramente en
lo siguiente: De pie sobre un estrado ante la multitud, después de algunos momentos de oración en


silencio, Whitefield anunció de manera solemne el texto: "Está establecido para los hombres que mueran
una sola vez, y después de esto el juicio." Después de un corto silencio, se oyó un grito de horror
proveniente de algún lugar entre la multitud. Uno de los predicadores allí presentes fue hasta el lugar de la
ocurrencia para saber lo que había dado origen a ese grito. Cuando volvió, dijo: "Hermano Whitefield,
estamos entre los muertos y los que están muriendo. Un alma inmortal fue llamada a la eternidad. El ángel
de la destrucción está pasando sobre el auditorio. Clama en voz alta y no ceses." Entonces se anunció al
público que una de las personas de la multitud había muerto. No obstante, Whitefield leyó por segunda
vez el mismo texto: "Está establecido para los hombres que mueran una sola vez." Del lado donde la
señora de Huntington estaba de pie, vino otro grito agudo. Nuevamente, un estremecimiento de horror
pasó por toda la multitud cuando anunciaron que otra persona había muerto. Pero Whitefield, en vez de
llenarse de pánico como los demás, suplicó la gracia del Ayudador invisible y comenzó, con elocuencia
tremenda, a prevenir del peligro a los impenitentes. Sin embargo, debemos aclarar que él no siempre era
vehemente o solemne. Nunca otro orador experimentó tantas formas de predicar como él.

A pesar de su gran obra, no se puede acusar a Whitefield de buscar fama o riquezas terrenales. Sentía
hambre y sed de la sencillez y sinceridad divinas. Dominaba todos sus intereses y los transformaba para la
gloria del reino de su Señor. No congregó a su alrededor a sus convertidos para formar otra denominación,
como algunos esperaban. No solamente entregaba todo su ser, sino que quería "más lenguas, más cuerpos
y más almas para dedicarlos al servicio del Señor Jesús".

La mayor parte de sus viajes a la América del Norte los hizo a favor del orfanatorio que fundó en la
colonia de Georgia. Vivía en la pobreza y se esforzaba para conseguir lo necesario para el orfanatorio.
Amaba a los huérfanos con ternura y les escribía cartas, dirigiéndose a cada uno de ellos por su nombre.
Para muchos de esos niños él era el único padre y el único medio de su sustento. Una gran parte de su obra
evangelizadora la realizó entre los huérfanos, y casi todos ellos permanecieron siempre creyentes fieles y
unos cuantos de ellos llegaron a ser ministros del Evangelio.

Whitefield no era de físico robusto; desde su juventud sufrió casi constantemente, anhelando muchas
veces partir para estar con Cristo. A la mayoría de los predicadores les es imposible predicar cuando se
encuentran enfermos como él.

 Fue así como, a los 65 años de edad, durante su séptimo viaje a la América del Norte, finalizó su carrera
en la tierra, una vida escondida con Cristo en Dios y derramada en un sacrificio de amor por los hombres.
El día antes de fallecer tuvo que esforzarse para poder permanecer en pie. Sin embargo al levantarse, en
Exeter, ante un auditorio demasiado grande para caber dentro de ningún edificio, el poder de Dios vino
sobre él y predicó como de costumbre, durante dos horas. Uno de los que asistieron dijo que "su rostro
brillaba como el sol". El fuego que se encendió en su corazón en el día de oración y ayuno de su
separación para el ministerio, ardió hasta dentro de sus huesos y nunca se apagó (Jer_20:9).

Cierta vez un hombre eminente le dijo a Whitefield: "No espero que Dios llame pronto al hermano para
la morada eterna, pero cuando eso suceda, me regocijaré al oír su testimonio." El predicador le respondió:
"Entonces, usted va a sufrir una desilusión, puesto que voy a morir callado. La voluntad de Dios es darme
tantas oportunidades para dar testimonio de El durante mi vida, que no me serán dadas otras a la hora de
mi muerte." Y su muerte fue tal como él la predijo.
Después del sermón que predicó en Exeter, fue a Newburyport para pasar la noche en la casa del pastor.
Al subir al dormitorio se dio vuelta en la escalera y con la vela en la mano pronunció un breve mensaje a
sus amigos que allí estaban e insistían en que predicase.

A las dos de la mañana se despertó. Le faltaba la respiración y le dijo a su compañero sus últimas
palabras que pronunció en la tierra: "Me estoy muriendo."
En su entierro, las campanas de las iglesias de Newburyport doblaron y las banderas quedaron a media
asta. Ministros de todas partes asistieron a sus funerales; millares de personas no consiguieron acercarse a
la puerta de la iglesia debido a la inmensa multitud. Cumpliendo su petición, fue enterrado bajo el pulpito
de la iglesia.


Si queremos recoger los mismos frutos de ver salvos a millares de nuestros semejantes, como lo vio
Whitefield, debemos seguir su ejemplo de oración y dedicación.
¿Piensa alguien que es ésta una tarea demasiado grande? ¿Qué diría Jorge Whitefield, que se encuentra
ahora junto a los que él llevó a Cristo, si le hiciésemos esta pregunta?

lunes, 21 de noviembre de 2011

2da PARTE DE JHON WESLEY


Ese hombrecito que caminaba 7 mil kilómetros por año, aún tuvo tiempo para la vida literaria. Leyó no
menos de 1.200 volúmenes, la mayor parte de ellos mientras andaba a caballo. Escribió una gramática
hebrea, otra latina y otras más de francés e inglés. Sirvió durante muchos años como redactor de un
periódico de 56 páginas. El diccionario completo de la lengua inglesa, que él compiló, fue muy popular, y
su comentario sobre el Nuevo Testamento todavía tiene una gran circulación. Escogió una biblioteca de


50 volúmenes que revisó y volvió a publicar compendiada en una obra de 30 volúmenes. El libro que
escribió sobre la filosofía natural tuvo una gran aceptación entre el ministerio. Compiló una obra de cuatro
volúmenes sobre la historia de la iglesia. Escribió y publicó un libro sobre la historia de Roma y otro
sobre Inglaterra. Preparó y publicó tres volúmenes sobre medicina y seis de música para los cultos.
Después de su experiencia que tuvo lugar en Fetter Lane, él y su hermano Carlos escribieron y publicaron
54 himnarios. Se dice que en total escribió más de 230 libros.

Ese hombre de físico endeble, poco antes de cumplir 88 años escribió: "Hasta después de los 86 años no
he sentido ningún achaque propio de la vejez; mis ojos nunca se nublaron, ni perdí mi vigor." A los 70
años predicó ante un auditorio de 30 mil personas, al aire libre, y fue escuchado por todos. A los 86 años
hizo un viaje a Irlanda, donde, además de predicar seis veces al aire libre, predicó cien veces en sesenta
ciudades. Uno de sus oyentes al referirse a Wesley dijo: "Su espíritu era tan vivo como a los 53 años,
cuando lo encontré por la primera vez."

 Su salud la atribuyó a la observancia de las siguientes reglas:

"(1) Al ejercicio constante y al aire fresco.

(2) Al hecho de que nunca, ni enfermo ni con salud, ni en tierra ni en el mar, perdió una noche de
sueño desde su nacimiento.
(3) A su fácil disposición para dormir, de día o de noche, al sentirse cansado.
(4) A levantarse por más de sesenta años a las cuatro de la mañana.
(5) A la costumbre de predicar siempre a las cinco de la mañana durante más de cincuenta años.
(6) Al hecho de que casi nunca sufrió dolores, desánimo o enfermedad de cuidado durante toda su
vida."
No nos debemos olvidar de la fuente de ese vigor que Juan Wesley poseía. Pasaba dos horas diarias o
más en oración. Iniciaba el día a las cuatro de la mañana. Cierto creyente que lo conocía íntimamente,
escribió así acerca de él: "Consideraba a la oración como lo más importante de su vida y lo he visto salir
de su cuarto con el alma tan serena, que ésta se reflejaba en su rostro el cual brillaba."

Ninguna historia de la vida de Juan Wesley estaría completa si no se mencionasen los cultos de vigilia
que se realizaban una vez por mes entre los creyentes. Esos cultos se iniciaban a las ocho de la noche y
continuaban hasta después de la medianoche —o hasta que descendiese el Espíritu Santo sobre ellos.
Tales cultos se basaban en las referencias que hace el Nuevo Testamento a noches enteras pasadas en
oración. En efecto, alguien hizo el siguiente comentario sobre este asunto: "Se explica el poder de Wesley
por el hecho de que él era un homo uníus libri, es decir, un hombre de un solo libro, y ese Libro era la
Biblia."

Wesley escribió poco antes de su muerte: "Hoy pasamos el día en ayuno y oración para que Dios
extendiese su obra. Solamente nos retiramos después de una noche de vigilia, en la cual el corazón de
muchos hermanos recibió un gran consuelo."

 En su diario Juan Wesley escribió entre otras cosas, lo siguiente sobre la oración y el ayuno: "Cuando yo
estudiaba en Oxford... ayunábamos los miércoles y los viernes, como hacían los creyentes primitivos en
todos los lugares. Epifanio (310-403) escribió: "¿Quién no sabe que los creyentes del mundo entero
ayunan los miércoles y los viernes? Wesley continuó: "No sé por qué ellos guardaban esos dos días, pero
es una buena regla; si a ellos les servía, también a mí. Sin embargo, no quiero dar a entender que esos dos
sean los únicos días de la semana para ayunar, pues muchas veces es necesario ayunar más de dos días. Es
muy importante que permanezcamos solos y ante la presencia de Dios cuando ayunamos y oramos, para
que podamos percibir la voluntad de Dios y El pueda guiarnos. En los días de ayuno debemos hacer todo
lo posible para permanecer alejados de nuestras amistades y de las diversiones, aun cuando éstas sean
lícitas en otras ocasiones."

El gozo que sentía al predicar al aire libre no disminuyó con la vejez; el 7 de octubre de 1790 predicó
por última vez de esa manera, sobre el texto: "El reino de Dios se ha acercado, arrepentíos, y creed en el
evangelio." La Palabra se manifestó con gran poder y las lágrimas de la gente corrían en abundancia.

Uno por uno, sus fieles compañeros de lucha, inclusive su esposa, fueron llamados para el descanso,


pero Juan Wesley continuaba trabajando. A la edad de 85 años, su hermano Carlos fue también llamado y
Juan se sentó ante la multitud, cubriendo el rostro con las manos, para esconder las lágrimas que le corrían
por el rostro. Su hermano, a quien tanto había amado por tanto tiempo, había partido y él ahora tenía que
trabajar solo.

 El 2 de marzo de 1791, cuando casi iba a cumplir los 88 años, dio fin a su carrera terrestre. Durante toda
la noche anterior sus labios no cesaron de pronunciar palabras de adoración y de alabanza. Su alma se
inundó de alegría con la anticipación de las glorias del hogar eterno y exclamó: "Lo mejor de todo es que
Dios está con nosotros." Entonces, levantando la mano como si fuese la señal de la victoria, nuevamente
repitió: "Lo mejor de todo es que Dios está con nosotros." A las diez de la mañana, mientras los creyentes
rodeaban el lecho orando, él dijo: "Adiós", y así compareció a la presencia del Señor.

Un creyente que asistió a su muerte, se refirió a ese acto de la siguiente manera: "¡La presencia divina se
sentía sobre todos nosotros; no existen palabras para describir lo que vimos en su semblante! Mientras
más lo contemplábamos, más veíamos reflejado en su rostro parte del cielo indescriptible."

Se calcula que diez mil personas desfilaron ante su ataúd para ver el rostro que tenía una sonrisa
celestial. Debido a la enorme multitud que afluyó para honrarlo, fue necesario enterrarlo a las cinco de la
mañana.

Juan Wesley nació y se crió en un hogar donde no había abundancia de pan. Con la venta de los libros
que escribió, ganó una fortuna con la cual contribuía a la causa de Cristo; al fallecer, dejó en el mundo:
"dos cucharas, una tetera de plata, un abrigo viejo" y decenas de millares de almas, salvadas en una época
de tétrica decadencia espiritual.

La tea que fue arrebatada del fuego en Epworth, comenzó a arder intensamente en Aldersgate y Fetter
Lañe, y desde entonces continúa iluminando millones de almas en el mundo entero.

viernes, 18 de noviembre de 2011

JUAN WESLEY Tea arrebatada del fuego 1703-1791 (1 PARTE)



A medianoche el cielo estaba iluminado por el reflejo sombrío de las llamas que devoraban vorazmente
la casa del pastor Samuel Wesley. En la calle la gente gritaba: "¡Fuego! ¡Fuego!" Sin embargo, adentro la
familia del pastor continuaba durmiendo tranquilamente, hasta que algunos escombros en llamas cayeron
sobre la cama de Hetty, una de las hijas de la familia. La niña despertó sobresaltada y corrió al cuarto de
su padre. Sin poder salvar absolutamente nada de las llamas, la familia tuvo que salir de la casa vistiendo
apenas la ropa de dormir, en una temperatura helada.

 El ama, al despertarse con la alarma, sacó rápidamente de la cuna al menor de los hijos, Carlos. Llamó a
los otros niños, insistiendo que la siguiesen y bajó la escalera; sin embargo, Juan, que sólo tenía cinco
años y medio, se quedó durmiendo.

Por tres veces la madre, Susana Wesley, que estaba enferma, tentó en vano subir la escalera. Dos veces
el padre intentó, sin lograrlo, pasar por en medio de las llamas corriendo. Consciente del peligro
inminente, juntó a toda su familia en el jardín donde todos cayeron de rodillas y suplicaron a Dios por la
vida del niño que estaba dentro de la casa presa del fuego.

Mientras la familia oraba en el jardín, Juan se despertó y después de tratar inútilmente de bajar por las
escaleras, se trepó sobre un baúl que estaba frente a una ventana, donde uno de los vecinos lo vio parado.
El vecino llamó a otras personas y concibieron el plan de que uno de ellos trepara sobre sus hombros y un
tercer hombre igualmente trepara sobre los hombros del segundo, hasta alcanzar a la criatura. De esa
manera Juan se salvó de morir en la casa en llamas, rescatado apenas unos momentos antes de que el
techo se desplomase con gran estrépito.

 Los valientes vecinos que lo salvaron, llevaron al niño a los brazos de su padre. "Vengan, amigos", gritó
Samuel Wesley al recibir a su hijito, "arrodillémonos y demos gracias a Dios! El me ha restituido a mis
ocho hijos; dejen que la casa arda; tengo recursos suficientes." Quince minutos mas urde la casa, los
libros, documentos y mobiliario ya no existían.

Años después, en cierta publicación apareció el retrato de Juan Wesley, y al pie del mismo se veía la
ilustración de una casa ardiendo, y junto a ella la siguiente inscripción: ¿No es éste un tizón arrebatado del
incendio? (Zac_3:2).

En los escritos de Wesley se encuentra la siguiente referencia interesante sobre ese histórico siniestro:
"El 9 de febrero de 1750, durante un culto de vigilia, cerca de las once de la noche, recordé que era
precisamente ése el día y la hora en que, cuarenta años atrás, me habían arrebatado de las llamas.
Aproveché entonces la ocasión para relatar ese hecho de la maravillosa providencia. Las alabanzas y las
acciones de gracias se elevaron a los cielos, y fue muy grande el regocijo demostrado al Señor." Tanto el
pueblo como Juan Wesley ya sabían para entonces por qué el Señor lo había librado del incendio.

El historiador Lecky se refiere al Gran Avivamiento como la influencia que salvó a Inglaterra de una
revolución igual a la que, en la misma época, dejó a Francia en ruinas. De los cuatro personajes que se
destacaron en el Gran Avivamiento, Juan Wesley fue el que más se distinguió. Jonatán Edwards, que
nació en el mismo año que Wesley, falleció treinta y tres años antes que éste; Jorge Whitefield, nacido
once años después que Wesley, falleció veinte años antes que él, y Carlos Wesley tomó parte efectiva en
el movimiento por un período de dieciocho años solamente, mientras que Juan continuó durante medio
siglo.

Pero para que la biografía de este célebre predicador sea completa es necesario incluir la historia de su
madre, Susana. En efecto, es como cierto biógrafo escribió; "No se puede narrar la historia del Gran
Avivamiento que tuvo lugar en Inglatera el siglo pasado (XVIII), sin conceder una gran parte de la honra
merecida a la madre de Juan y Carlos Wesley; no solamente debido a la educación que inculcó
profundamente en sus hijos, sino por la dirección que le dio al avivamiento.


La madre de Susana era hija de un predicador. Dedicada a la obra de Dios, se casó con el eminente
ministro, Samuel Annesley. De los veinticinco hijos de ese enlace, Susana era la vigésima cuarta. Durante
su vida siguió el ejemplo de su madre, empleando una hora de la madrugada y otra hora de la noche para
orar y meditar sobre las Escrituras. Por lo que escribió cierto día, se puede apreciar cómo ella se dedicaba
a la oración: "Alabado sea Dios por todo el día que nos comportamos bien. Pero todavía no estoy
satisfecha, porque no disfruto mucho de Dios. Sé que aún estoy demasiado lejos de £1; anhelo tener mi
alma más íntimamente unida a El mediante la fe y el amor."

Juan fue el decimoquinto de los diecinueve hijos de Samuel y Susana Wesley. Lo que vamos a
transcribir, escrito por la madre de Juan, muestra cómo ella era fiel en "mandar a sus hijos y a su casa
después de si (Gén_18:19).

"Para formar la mente del niño, lo primero que se debe hacer es dominarle la voluntad. La obra de
instruir su intelecto lleva tiempo y debe ser gradual, conforme a la capacidad de la criatura. Pero la
voluntad del niño debe ser subyugada de una vez, y cuanto más pronto, mejor... Después se puede
gobernar al niño haciendo uso del razonamiento y el amor de los padres, hasta que el niño alcance una
edad en que tenga uso de razón."

El célebre comentarista de la Biblia, Adán Clark, escribió lo siguiente acerca de Samuel y Susana
Wesley y sus hijos: "Nunca he leído ni he oído hablar de una familia como ésta, a la cual la raza humana
le deba tanto, ni tampoco conozco ni ha existido otra igual desde los días de Abraham y Sara, y de José y
María de Nazaret."

Susana Wesley creía que "el que detiene el castigo, a su hijo aborrece" (Pro_13:24), y no consentía que
sus hijos llorasen en voz alta . Por eso, a pesar de que su casa estaba llena de niños, nunca había escenas
desagradables ni alborotos en el hogar del pastor. Nunca, ninguno de sus hijos obtuvo nada que quería,
mediante el llanto en la casa de Susana Wesley.

Susana marcaba el quinto cumpleaños de cada hijo como el día en que debían aprender el alfabeto, y
todos, con excepción de dos, cumplieron la tarea en el tiempo señalado. Al siguiente día en que el niño
cumplía los cinco años y aprendía el alfabeto, empezaba su curso de lectura, iniciándolo con el primer
versículo de la Biblia.

Desde muy pequeños, los niños en el hogar de Samuel Wesley y su esposa, aprendieron el valor que
tiene la observación fiel de los cultos. No hay en otras historias hechos tan profundos y conmovedores,
como los que se cuentan acerca de los hijos de Samuel y Susana Wesley, pues antes de que ellos hubiesen
aprendido a arrodillarse o a hablar, se les enseñaba a dar gracias por el alimento mediante gestos
apropiados. Cuando aprendían a hablar, repetían el Padre nuestro por la mañana y por la noche; además se
les enseñaba que añadiesen otras peticiones, según ellos deseaban... Al llegar a una edad apropiada, se les
designaba un día de la semana a cada hijo, a fin de conversar particularmente con cada uno sobre sus
"dudas y problemas".

En la lista aparece el nombre de Juan para los miércoles y el de Carlos para los sábados. Para cada uno
de los niños 'su día' se volvió un día precioso y memorable... Es conmovedor leer lo que Juan Wesley,
veinte años después de haber salido de su casa paterna, dijo a su madre: "En muchas cosas usted, madre
mía, intercedió por mí y ha prevalecido. Quién sabe si ahora también su intercesión para que yo renuncie
enteramente al mundo, dé buen resultado. .. Sin duda será eficaz para corregir mi corazón, como otrora lo
fue para formar mi carácter."

Después del espectacular salvamento de Juan del incendio, su madre, profundamente convencida de que
Dios tenía grandes planes para su hijo, resolvió firmemente educarlo para servir y ser útil en la obra de
Cristo. Susana escribió estas palabras en sus meditaciones particulares: "Señor, me esforzaré más
definidamente por este niño al cual salvaste tan misericordiosamente. Procuraré transmitirle fielmente,
para que se graben en su corazón, los principios de tu religión y virtud. Señor, concédeme la gracia
necesaria para realizar este propósito sincera y sabiamente, y bendice mis esfuerzos coronándolos con el
éxito."

Ella fue tan fiel en cumplir su resolución, que a la edad de ocho años, Juan fue admitido a participar de


la Cena del Señor.

En el hogar de Samuel Wesley nunca se omitía el culto doméstico del programa del día. Fuese cual
fuese la ocupación de los miembros de la familia, o de los criados, todos se reunían para adorar a Dios.
Cuando su marido se ausentaba, Susana, con el corazón encendido por el fuego del cielo dirigía los cultos.
Se cuenta que cierta vez, cuando la ausencia del esposo se prolongó más de lo acostumbrado, de treinta a
cuarenta personas asistían a los cultos celebrados en el hogar de los Wesley, y el hambre de la Palabra de
Dios aumentó tanto, que la casa se llenaba con las personas de la vecindad que asistían a los cultos.

La familia del pastor Samuel Wesley era muy pobre, pero mediante la influencia del Duque de
Buckingham, consiguieron un lugar para Juan en la escuela de Londres. De esa manera el chico, antes de
cumplir once años, se alejó de la fragante atmósfera de oración fervorosa, para enfrentar las porfías de una
escuela pública. Sin embargo, Juan no se contagió en el ambiente pecaminoso que lo rodeaba. Además,
continuó manteniéndose físicamente fuerte, gracias a que obedecía fielmente el consejo de su padre de
que corriese tres veces, de madrugada, alrededor del gran jardín de la escuela. De ahí en adelante fue
norma de su vida cuidar del vigor de su cuerpo. A los 80 años, a pesar de su físico desmejorado,
consideraba como cosa normal andar a pie una legua y media para ir a predicar.

 Sobre la influencia que Juan llegó a ejercer sobre sus colegas de la escuela, se cuenta lo siguiente: Cierto
día el portero, al ver que los niños no estaban en la terraza de recreo, comenzó a buscarlos y los halló en
una de las aulas, congregados alrededor de Juan. Este les estaba contando historias instructivas, que los
atraían más que el recreo.

Refiriéndose a ese tiempo, Juan Wesley escribió: "Yo participaba de varias cosas que sabía que eran
pecado, aun cuando no fuesen escandalosas para el mundo. Con todo, continué leyendo las Escrituras y
orando por la mañana y por la noche. Consideraba los siguientes puntos como las bases de mi salvación:

(1) No me consideraba tan perverso como mis semejantes.
(2) Conservaba la inclinación de ser religioso.
(3) Leía la Biblia, asistía a los cultos y oraba."
Después de estudiar durante seis años en la escuela, Wesley fue a estudiar en Oxford, y llegó a dominar
el latín, griego, hebreo y francés. Pero su interés principal no estaba en cultivar el intelecto. A ese respecto
se expresó así: "Comencé a reconocer que el corazón es la fuente de la religión verdadera... reservé
entonces dos horas cada día para quedarme a solas con Dios. Participaba de la Cena del Señor cada ocho
días. Me guardaba de todo pecado, tanto de palabras como de obras. Así pues, basándome en las obras
buenas que practicaba, me consideraba un buen creyente."

Juan se esforzaba para levantarse diariamente a las cuatro de la mañana. Por medio de las notas que
escribía, dejando constancia de todo lo que hacía durante el día, conseguía controlar su tiempo, a fin de no
desperdiciar un solo momento. Esa buena costumbre la practicó hasta casi el último día de su vida.

Un día, siendo aún joven, asistió a un entierro en compañía de un muchacho, y consiguió llevarlo a
Cristo, ganando así la primera alma para su Salvador. Algunos meses más tarde, a la edad de 24 años, y
después de un período de oración, fue separado para el diaconado.

Cuando estudiaba en Oxford, un pequeño grupo de estudiantes acostumbraba reunirse allí diariamente
para orar y estudiar las Escrituras juntos; además, ayunaban los miércoles y viernes, visitaban a los
enfermos y a los encarcelados, y consolaban a los criminales en la hora de su ejecución. Todas las
mañanas y todas las noches cada uno de ellos pasaba una hora apartado, orando solo. Durante las
oraciones se detenían de vez en cuando para observar si oraban con el debido fervor. Siempre oraban al
entrar y al salir de los cultos de la iglesia. Más tarde, tres de los miembros de ese grupo llegaron a ser
famosos entre los creyentes:

(1) Juan Wesley, que tal vez hizo más que cualquier otra persona para enraizar la vida espiritual,
no sólo de entonces, sino también de nuestro tiempo.
(2) Carlos Wesley, que llegó a ser uno de los más famosos y espirituales escritores de himnos
evangélicos; y
(3) Jorge Whitefield, que llegó a ser un predicador al aire libre que conmovía a las multitudes.

En aquel tiempo se sentía la influencia de Juan Wesley por toda la América, la que aún persiste en
nuestros días, a pesar de que él permaneció menos de dos años en este continente, y eso en un período de
su vida en que se encontraba perturbado a causa de la duda. Aceptó un llamado que le hicieron para que
predicase el evangelio a los habitantes de la colonia de Georgia, con el deseo de ganar su salvación por
medio de buenas obras. Pensó que la vanidad y la ostentación del mundo no se encontrarían en los
bosques de América.

Durante el viaje, en el navío que lo trajo a la América del Norte, observó, como era característico de su
vida, junto con otros de su grupo, un programa de trabajo para no desperdiciar un momento del día. Se
levantaba a las cuatro de la mañana y se acostaba después de las nueve. Las tres primeras horas del día las
dedicaba a la oración y al estudio de las Escrituras. Después de cumplir todo lo que estaba indicado en el
programa del día, era tanto su cansancio, que ni el bramido del mar ni el balanceo del navío conseguían
perturbar su sueño, mientras dormían sobre un cobertor extendido en la cubierta.

En Georgia, la población entera afluía en masa a la iglesia para oírlo predicar. La influencia de sus
sermones fue tal que, después de diez días, una sala de baile quedó casi desierta, mientras la iglesia se
llenaba de personas que oraban y recibían su salvación.

Whitefield, que desembarcó en Georgia algunos meses después que Wesley volvió a Inglaterra, se
expresó así sobre lo que vio: "El éxito de Juan Wesley en América es indescriptible. Su nombre es muy
apreciado por el pueblo, donde echó los cimientos que ni los hombres ni los demonios podrán conmover.
¡Oh, que yo pueda seguirlo como él siguió a Cristo!" Con todo, a Wesley le faltaba un cosa muy
importante, como se ve por los acontecimientos que lo hicieron salir de Georgia, conforme él mismo lo
escribió:

"Hace casi dos años y cuatro meses que dejé mi tierra natal para ir a predicar a Cristo a los indios de
Georgia; pero ¿qué llegué a saber? Vine a saber lo que menos me esperaba: que yo que fui a América para
convertir a otros, nunca me había convertido a Dios."

Después de volver a Inglaterra, Juan Wesley comenzó a servir a Dios con la fe de un hijo y no más con
la fe de un simple siervo. Acerca de este asunto, he aquí lo que él escribió: "No me daba cuenta de que
esta fe nos es dada instantáneamente, que el hombre podía salir de las tinieblas a la luz inmediatamente,
del pecado y de la miseria a la justicia y al gozo del Espíritu Santo. Examiné de nuevo las Escrituras sobre
este punto, especialmente los Hechos de los Apóstoles. Quedé grandemente maravillado al ver casi
solamente conversiones instantáneas; casi ninguna tan demorada como la de Saulo de Tarso." Desde
entonces Wesley comenzó a sentir más hambre y sed de justicia, la justicia de Dios por la fe.

Había fracasado, por así decir, en su primer intento de predicar el evangelio en América, porque a pesar
de su celo y bondad de carácter, el cristianismo que poseía era algo que había recibido por instrucción.
Pero la segunda etapa de su ministerio se destacó por un éxito fenomenal. ¿Por qué? Porque el fuego de
Dios ardía en su alma; había llegado a tener contacto directo con Dios mediante una experiencia personal.

Relatamos aquí, con sus propias palabras, su experiencia en que el Espíritu testificó a su espíritu que era
hijo de Dios — experiencia que transformó completamente su vida:

"Eran casi las cinco de la mañana hoy, cuando abrí el Testamento y encontré estas palabras: "(El) nos ha
dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza
divina" (2Pe_1:4). Antes de salir, abrí el Testamento y leí estas palabras: "No estáis lejos del reino de
Dios"... Anoche me sentí impelido a ir a Aldersgate... Sentí el corazón abrasado; confié en Cristo,
solamente en Cristo, creí para la salvación; me fue dada la certeza de que El llevó mis pecados y de que
me salvó de la ley del pecado y de la muerte. Comencé a orar con todas mis fuerzas... y testifiqué a todos
los presentes de lo que sentía en mi corazón."

Después de esa experiencia en Aldersgate, Wesley aspiraba bendiciones aún mayores del Señor,
conforme él mismo escribió: Suplicaba a Dios que cumpliese todas sus promesas en mi alma. No mucho
tiempo después el Señor honró en parte este anhelo, mientras oraba con Carlos, Whitefield y cerca de
otros sesenta creyentes en Fetter Lañe." Son de Juan Wesley estas palabras también: "Eran cerca de las
tres de la mañana y nosotros continuábamos perseverando en nuestras oraciones (Rom_12:12), cuando


nos sobrevino el poder de Dios de tal manera, que exclamamos impulsados por un gran gozo, y muchos de
los presentes cayeron al suelo. Luego, cuando pasó un poco el temor y la sorpresa que sentimos en
presencia de su majestad, exclamamos en una sola voz: 'Te alabamos, oh Dios, te aceptamos como nuestro
Señor.'"

Esa unción del Espíritu Santo dilató grandemente los horizontes espirituales de Wesley; su ministerio se
volvió excepcionalmente fructífero y él trabajó ininterrumpidamente durante 53 años, con el corazón
abrasado por el amor divino.

Un pastor predica un promedio de cien veces por año, pero el promedio de Juan Wesley fue de 780
veces por año durante 54 años. Ese hombrecito, cuya altura era de apenas un metro y sesenta y seis
centímetros; que pesaba menos de sesenta kilos, se dirigió a grandes multitudes, y bajo las mayores
tribulaciones. Cuando las iglesias le cerraron las puertas, se irguió para predicar al aire libre.

A pesar de enfrentar una apatía espiritual casi general en los creyentes, y una ola de perversión y
crímenes extendida por todo el país, afluían multitudes de 5 a 20 mil personas para escuchar sus sermones.
Era común en esos cultos que los pecadores se sintieran tan angustiados, que llegaban a gritar y a gemir.
Si célebres materialistas, tales como Voltaire y Tomás Paine, gritaron convencidos al encontrarse con
Dios en el lecho de muerte, no es de admirarse que centenares de pecadores gimiesen, gritasen y cayesen
al suelo, como muertos, cuando el Espíritu

Santo les hacía sentir la presencia de Dios. Era así como multitudes de perdidos se convertían en nuevas
criaturas en Cristo Jesús en los cultos de Juan Wesley. Muchas veces los oyentes eran transportados a las
alturas del amor, del gozo y de la admiración, y recibían también visiones de la perfección divina y de las
excelencias de Cristo, a tal extremo de permanecer varias horas como muertos. (Véase Apo_1:17.)

Como todos los que invaden el territorio de Satanás, los hermanos Carlos y Juan Wesley tuvieron que
sufrir terribles persecuciones. En Morfield los enemigos del evangelio acabaron con el culto destruyendo
la mesa en que Juan se subía para predicar, y lo insultaron y maltrataron. En Sheffield la casa fue
demolida sobre la cabeza de los creyentes. En Wednesbury destruyeron las casas, la ropa y los muebles de
los creyentes, dejándolos a la intemperie, expuestos a la nieve y al temporal. Varias veces Juan Wesley
fue apedreado y arrastrado como muerto en la calle. Cierta vez fue abofeteado en la boca y en la cara, y
golpeado en la cabeza, hasta quedar cubierto de sangre.

Pero la persecución de parte de la iglesia en decadencia era su mayor cruz. Fueron denunciados como
"falsos profetas", "charlatanes", "impostores arrogantes", "hombres diestros en la astucia espiritual",
"fanáticos", etc., etc. Al volver a visitar Epworth, que fue donde nació y se crió, Juan asistió el domingo al
culto de la mañana y al de la tarde, en la misma iglesia donde su padre había sido fiel pastor durante
muchos años; pero no le concedieron la oportunidad de hablar al pueblo. A las seis de la tarde, Juan, de
pie sobre el monumento que marcaba el lugar donde habían enterrado a su padre, al lado de la iglesia,
predicó ante el mayor auditorio jamás visto en Epworth — y Dios salvó a muchas almas.

¿Cuál era la causa de una oposición tan grande? Los creyentes de la iglesia durmiente alegaban que se
debía a sus predicaciones sobre la justificación por la fe y la santificación. Los descreídos no lo querían,
porque "hacía que el pueblo se levantase a las cinco de la mañana para cantar himnos".

Juan Wesley no solamente predicaba más que los otros predicadores, sino que los excedía como pastor,
exhortando y consolando a los creyentes, yendo de casa en casa.
En sus viajes andaba tanto a caballo como a pie, así en días asoleados, como en días lluviosos, o bajo
tormentas de nieve, cuando la mayoría de los predicadores viajaban en navíos o en trenes. Durante los 54
años de su ministerio anduvo un promedio de más de 7 mil kilómetros por año, para llegar a los lugares
donde tenía que predicar.