miércoles, 13 de febrero de 2013

EL PAÑUELO BLANCO...


Cuenta la historia, que en un hogar feliz, uno de los hijos decidió irse lejos y vivir su propia vida, abandonando injustamente su lugar e hiriendo el corazón de su padre quien le amaba. Allá vivió por algunos años hasta que el inesperado fracaso llegó. La enfermedad no deseada, las decisiones tomadas sin consejo, el orgullo, la vergüenza, la soledad… Escribió una carta, nada extensa pero clara y se la envió a su padre. La carta decía así; “Papá, estoy arrepentido y quiero volver a casa, el domingo tomaré el tren de la tarde que pasa por detrás de la casa. Desde la estación puedo ver el gran árbol de nueces que plantaste en el jardín. Si me aceptas sólo cuelga un pañuelo blanco en el árbol. Al verlo desde el tren, sabré que me has perdonado y que puedo volver a casa. De lo contrario, simplemente seguiré de largo sin bajar: Tu hijo”
 El domingo llegó. Aquel muchacho dudó en tomar el tren. Tanta vergüenza¸ tantas dudadas… pero subió. El corazón le latía cada vez más fuerte mientras se acercaba; aun no había llegado al andén cuando a lo lejos buscó aquel árbol. Su sorpresa fue grande cuando advirtió no había un pañuelo colgado de aquel nogal, sino miles. ¡Si! Todo el gran árbol estaba cubierto de pañuelos blancos como para que no le quedara duda alguna de que ya había perdonado. Con el rostro bañado en lágrimas, no pudo esperar a que el tren se detuviera y bajó apresuradamente las escaleras; corrió por el andén hasta encontrarse con su padre y se fundió en un abrazo de reconciliación.
 ¿Sabes? La gran noticia del Evangelio de Jesús es que Dios ya nos ha reconciliado en la Persona de Cristo y Su obra en la Cruz. Lo que le corresponde ahora al hombre es aceptar esa reconciliación. Dios te está esperando, bájate del tren en el que viajas por la vida y corre a Su encuentro. No te arrepentirás.

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