Hace algunos años apareció el siguiente artículo en un periódico de California del Sur:
“Un joven hombre que vivió en los estados del Oeste nunca hizo nada muy malo. Pero un día mientras jugaba a las cartas perdió el control. Tomando un revolver, disparó y mató a su oponente. Fue arrestado, juzgado y sentenciado a la horca.
A causa de la buena vida que él llevó previamente, sus familiares y amigos presentaron una petición de indulto. Pareció como si todo el mundo la quisiera firmar. No pasó mucho tiempo hasta que otros pueblos y ciudades supieron del asunto, y gente de casi todo el estado la firmaron.Finalmente, fue llevada al gobernador, sucediendo que era cristiano. Lágrimas cayeron de sus ojos mientras miraba las enormes canastas llenas de peticiones. Decidió perdonar al joven hombre; así que, escribiendo una carta de perdón, la puso en su bolsillo. Vestido como sacerdote se dirigió a la prisión.
Mientras el gobernador se aproximaba a la celda de la muerte, el joven hombre saltó hacia los barrotes exclamando: ¡Lárgate de aquí, no te quiero ver! ¡Ya he tenido suficiente religión en casa y siete tipos de tu clase ya me han visitado!
El gobernador interrumpió: “Pero espera un momento joven, tengo algo para ti, déjame hablar contigo”.
Exclamó el joven muy enojado: “Escucha, si no te vas de aquí ahora mismo, llamaré al guarda para que te saque de aquí”.
El gobernador continuó: “Pero joven, tengo noticias para ti, de las mejores, ¿no quieres que te las cuente?”
El joven replicó: “Ya has oído lo que he dicho, y si no te vas inmediatamente llamaré a los guardias”.
La respuesta del gobernador fue: “Muy bien”. Y el gobernador se marchó con el corazón triste.
Unos momentos más tarde se acercó el guarda y le dijo: “Bueno joven, veo que has tenido la visita del gobernador”.
“¡¿Qué?!”, gritó el joven, “ese hombre vestido con el hábito de un clérigo ¿era el gobernador?”
El guarda replicó: “Era él, y tenía un perdón en su bolsillo para ti, pero tú no le quisiste escuchar”.
“Dame pluma, tinta y papel”, dijo el joven. Y sentándose escribió: “Querido gobernador, le debo una disculpa. Siento mucho el modo en que le traté…”
El gobernador recibió la carta y la puso boca abajo y escribió en la parte de atrás: “No estoy más interesado en este caso”.
Llegó el día de la muerte para este joven. Se le preguntó: “¿Quiere decir algo antes de morir?”
“Sí, díganle a los jóvenes de América que no voy a morir por mi crimen, no voy a morir porque soy un asesino. El gobernador me perdonó, pude vivir. Dígales que voy a morir porque no acepté el perdón del gobernador”. (The Arlington Times, 26 de Agosto de 1954, mencionado en el Nuevo Testamento por Elden K. Walter, 1971, págs. 110, 111).
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¿A aceptado usted el perdón del Rey del universo por sus pecados, el cual vino desde el cielo a esta prisión del pecado para ofrecérselo? Nadie en esta tierra necesita perderse porque haya quebrantado la Ley de Dios y cometido crímenes en contra del gobierno del cielo. Jesús mismo pagó la pena de muerte por usted en la cruz. Cada uno que se pierda, lo hará porque habrá rechazado el perdón de Dios.
Si todavía no ha experimentado la paz del amor perdonador de Dios, si usted no conoce el gozo de un rendimiento total a su Salvador, ¿no se rendirá usted a Él ahora mismo, donde quiera que esté?